Escribir a máquina: el punto de mira

Pertenezco a la última generación que ha utilizado máquinas de escribir.

Recuerdo cuando uno de estos aparatos entró en casa por primera vez. Yo era solo un niño pero ya escribía cuentos a mano. Tendría alrededor de diez años. Aquella máquina, una Olympia AEG Traveller de Luxe portátil, tenía unos materiales de un olor característico, exigía cierta fuerza en los dedos para imprimir las mayúsculas (el rodillo al completo se alzaba con todo su peso al pulsar esa tecla) y tenía tendencia a desplazarse sobre la mesa si uno tecleaba demasiado deprisa o saltaba de línea con brío. Y, por supuesto, sonaba como una ametralladora.

Creo que mis padres eran totalmente conscientes de que me haría una gran ilusión escribir a máquina porque me encantaba inventar mis propias historias, por mucho que la excusa oficial fuera la del uso académico. En aquella época, mis profesores aceptaban trabajos escritos a mano sin ningún problema. Sospecho que incluso lo preferían así, porque eso les aseguraba que el trabajo lo había realizado el alumno y no lo había tecleado nadie por él.

Rellené cientos de páginas con aquella máquina, hasta que compramos un ordenador y entonces pasó a segundo plano. Incluso salió de casa y acabó relegada al pueblo, donde van a parar tantos objetos para afrontar su etapa final.

En una de mis últimas visitas al pueblo, rescaté la vieja Traveller de Luxe y me la traje a Madrid. Gracias a Amazon encontré un carrete de tinta y, como si volviera a fluir la sangre por sus piezas mecánicas, resucitó. Otra vez el olor de sus materiales, su sonido y su textura de casi treinta años atrás. Mis dedos despertaron por la exigencia de unas pulsaciones más enérgicas, después de tanto tiempo adormilados en teclados ergonómicos y silenciosos de ordenador.

Hasta aquí la parte romántica, que seguro que comparto con otros de mi edad, pero que a los más jóvenes les sonará a batallita. Sin embargo, descubrí también cosas nuevas al recuperar mi Olympia, algunas características que podrían hacer considerar a la máquina de escribir una alternativa para redactar ficción incluso hoy en día, que vivimos rodeados de ordenadores y software de escritura maravillosos. Voy con ello: seis razones para escribir con una vieja máquina.

El punto de mira. La máquina de escribir mecánica tiene un punto de mira en todo el centro. Un punto de mira fijo, violento, que no se mueve. El papel es el que se desplaza, de derecha a izquierda según se avanza por el renglón y de abajo a arriba según se cambia de líneas. Podemos quemar el foco de generación de letras con las pupilas, escribir concentrados en un único maldito punto, sin distracciones, y como si estuviéramos disparando. Los editores de texto de un ordenador obligan al ojo a moverse, a seguir el cursor, y eso en cierto modo nos convierte en borregos. Nos hace bajar la vista a cada cambio de línea y podemos acabar mirando abajo del todo en la pantalla, como si nos inclináramos ante el ordenador. La máquina de escribir nos hace más altivos, nos fuerza a concentrarnos en un punto y nos posiciona como los jefes y controladores de nuestra historia. Sí, hay procesadores de texto que ofrecen una opción con ese comportamiento, pero ninguno lo trae activado por defecto y por lo general sólo bloquean el desplazamiento vertical, pero no el horizontal. La máquina de escribir nos mantiene al teclado, nos coloca el papel donde debe estar, no nos obliga a soltar los mandos para coger el ratón ni nos distrae las pupilas por los rincones de una pantalla llena de pulgadas.

Escribir con fuerza. Estoy convencido de que tanto el sonido como la tensión extra necesaria para mover las teclas de una máquina mecánica influyen en la manera de redactar. Sería muy arriesgado aconsejar máquina de escribir para novela negra o bélica y teclado silencioso para espiritual o romántica. Pero, ¿por qué no? El cerebro funciona de forma compleja y no me extrañaría que hiciera asociaciones entre la realidad física y el resultado de lo que estamos escribiendo.

A la primera. Ojo, en una máquina de escribir corregir es un horror. Es mejor arrancar el papel del rodillo, hacerlo una pelota, tirarlo y empezar la página de nuevo. No tiene sentido ninguno utilizar uno de estos cacharros para editar y pulir un texto. Pero quizá sí para redactar el primer borrador, ese en el que lo esencial es continuar y no perder el flujo de la historia, ese en el que manda el escritor creativo sobre el corrector o editor. Estoy convencido de que, además, a la larga es posible conseguir una disciplina de pocos errores. Los primeros ensayos con máquina de escribir mecánica nos harán sentir indefensos sin esa socorrida tecla de borrar, o sin esos controles para seleccionar, cortar, pegar, mover, revisar ortografía o mil cosas más. Estoy seguro de que, a cambio, se desarrolla una disciplina y una mejor capacidad para minimizar errores. Y, siendo honestos, en un primer borrador de un manuscrito, ¿de verdad importan tanto las erratas?

Sin distracciones. Las máquinas de escribir no traen redes sociales instaladas ni permiten ejecutar aplicaciones o navegar por Internet. Y eso es una gran ventaja cuando uno dispone solo de media hora para escribir y necesita de verdad concentrarse. De nada nos sirve si seguimos pegados al móvil, claro. Creo que no me equivoco si apuesto a que ahora mismo te encuentras a menos de un metro de distancia de tu móvil, ¿a que sí?

Escritura sensorial. Uno de los mantras (acertadísimo, por cierto) de los cursos de escritura y los consejos para autores es eso de que «hay que escribir con los cinco sentidos». Pues bien, la máquina de escribir tiene tacto, sus materiales huelen, fuerza a trabajar con papel que es también algo físico y puede incluso cortarte si rozas su canto, y suena como un demonio. Se supone que los cinco sentidos hay que ponerlos en la ficción, pero no está mal usarlos también en la realidad, seguro que contribuye.

En vivo y en directo. Es probable que hayas oído hablar de esos poetas que se ponen en la calle, o que acuden contratados como curiosidad en algún tipo de evento, y que redactan poemas o pequeños cuentos. Hay quien se ha ganado la vida durante meses vendiendo estos breves textos únicos a los transeúntes. Seguro que conoces las Polaroid, esas cámaras que imprimen la foto en el acto que tienen un encanto especial y tan diferente de las digitales. Pues bien, una máquina de escribir mecánica es la Polaroid de la literatura.

Seis razones para utilizar una máquina de escribir. No son nada comparadas con las cientos de ventajas del ordenador pero, ¿a que ahora mismo te apetece teclear sobre uno de esos cacharros?

 

 

 

3 respuestas a «Escribir a máquina: el punto de mira»

  1. Hace poco vi un chiste gráfico que me encantó; un señor de mediana edad escribía a máquina mientras un jovenzuelo lo observaba maravillado y exclamaba «¡Cómo mola! ¡Imprime a la vez que escribes!

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  2. Justo estoy escribiendo en una. Tengo años con mi olivetti, pero todavía me hace llorar cuando cometo un error.

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