
La primera vez que publiqué fue en 1995, en la revista Alcorque del aula de creación literaria de la Universidad Popular de Alcorcón. Cada uno de los compañeros de aquel curso de escritura contribuimos con un cuento. Guardo aún un ejemplar de esta revista. Hoy he querido sacarlo de la estantería para traerlo a este blog y recordar aquella primera aventura de publicación.
Tenía 15 años cuando dio comienzo el curso escolar 1994-1995. Además de abordar el nuevo año en el instituto, empecé un curso de creación literaria para jóvenes, que así se llamaba, en la Universidad Popular de Alcorcón.
Fue el primer curso de escritura en el que me matriculé, luego vinieron más y, gracias a ellos, hoy sigo escribiendo y disfruto de un grupo literario magnífico en Alcorcón. Aunque es perfectamente posible seguir un curso de escritura on-line, mi recomendación es matricularse en uno presencial; no porque vayas a aprender más, sino por las relaciones que pueden surgir entre los alumnos y el enriquecimiento que esto supone. Además, ¡bastante solitaria es ya la tarea de escribir!
Aquel curso lo impartía la profesora Consuelo Cerejido y, entre otros compañeros, tuve la suerte de conocer a Ana Garrido. Sus textos ya destacaban entonces, tenía talento, y el trabajo que ha seguido desarrollando la ha convertido en la gran poeta que es hoy. Consuelo, Ana y el resto del grupo quisimos poner en marcha una revista literaria. ¡Éramos escritores! Consuelo nos recordaba esto, «escritores ya sois, sin importar si habéis publicado o no». En los años noventa, la opción de publicar se restringía a las editoriales… y a iniciativas en un plano no profesional como nuestra revista Alcorque, basada en fotocopias y con una distribución limitada a los propios escritores y al círculo cultural más cercano en el que nos movíamos.
Este primer número vio la luz en febrero de 1995. Por género, se centra en el cuento, y se divide en tres bloques de humor, realismo y oscuridad. Incluye 17 textos escritos por los alumnos y algún colaborador adicional. Lo presentamos en la Universidad Popular y ahora guardo el único ejemplar que tengo como un tesoro. «El solitario», el cuento que incluí en la revista, no estaba a la altura de otras obras de mis compañeros, pero tampoco era malo para un chaval de 15 años. Sí, era el más pequeño. Me siento muy orgulloso de haber publicado tan joven y en un medio tan entrañable. Alcorque era nuestra revista, artesana, de tirada pequeñísima y con mil defectos, pero creada enteramente por nosotros y que me permitió decirle a mi familia y a mis amigos que yo era escritor. Gracias a ella pude poner mi nombre al lado de otros escritores como Pilar Adón, Ana Garrido o, ya en los siguientes números, Raúl Yebra y Juan José Alcolea.
Leí una y otra vez los cuentos de la revista. Me influenciaron mucho. Enrique Llorente me enseñó el poder de los tacos y de las escenas desagradables escritas de una forma que entonces no se me hubiera pasado por la cabeza. De Josefa Agüero aprendí cómo convertir cualquier objeto en un personaje literario, ella dio vida a pestañas y pelos de la nariz en el texto quizá más original del conjunto, y unos años después me vi a mí mismo insuflando vida a farolas, aspiradoras y corbatas. Gracias a Hilario Gutiérrez me planteé si los cuentos deben tener siempre un título o si pueden dejarse anónimos. Incluso ilustré uno de los textos, «Érase una vez…» de Sara Fraga, que hacer una revista era mucho más que escribir.
El primer número de Alcorque fue una experiencia genial concentrada en 26 páginas tamaño A4, fotocopiadas en blanco y negro, con una tirada mínima y grapadas sin más. Aún tenía mi ejemplar caliente entre las manos cuando ya estaba pensando, con ese ímpetu de los adolescentes, en la publicación del segundo número.