El martes 20 de marzo me bajé a comer en solitario a una cafetería libreta en mano, con la intención de anotar ideas para hacer algo distinto en el mundo del libro.
Emborroné unas líneas con algo así:
- Feria del libro ambulante. Recuerdo que en en el pueblo de mi madre, donde pasé la mayoría de los veranos y vacaciones de niño, de vez en cuando venía Catalino. Era un vendedor que traía en su furgoneta embutidos y quesos. Se anunciaba por megáfono y las señoras del pueblo hacían cola para comprarle. ¿Por qué no libros? Estoy convencido de que muchos municipios pequeños no tienen librerías.
- Firmas y presentaciones ambulantes. Ya que estoy en mi pueblo vendiendo libros, además de llevar los que creo que pueden gustar al perfil de habitantes de allí -libros de remedios naturales, de cocina, libros escritos por gente que sale en la tele, alguna novela clásica…-, puedo llamar a un escritor que viva en Plasencia (la ciudad más cercana) o a alguno que esté por la zona de vacaciones o de viaje y aprovechar para que presente un libro suyo. Esta idea se puede sofisticar un poco, quizá eso de geolocalizar escritores puede dar juego.
- Libros en directo. He asistido en mi vida a 5 o 6 actuaciones de cuentacuentos. Menos de las que quisiera, pero suficientes para conocer la mecánica: bar con un pequeño escenario, a veces minúsculo, que organiza monólogos, cuentacuentos, magia o música en directo para atraer clientes. La primera consumición a veces cuesta el doble y ahí se viene a pagar la entrada. Los cuentacuentos traen un repertorio variado: cuentos tradicionales adaptados en unas ocasiones, cuentos originales en otras. ¿Y si uno tuviera la opción de comprarse el libro donde encontrar las versiones literarias de uno o varios de los cuentos orales que ha escuchado? Probablemente haya algunas ventas en el propio local.
De momento las ideas son ramplonas, pero confío en dar con algo más original. Me encuentro en esto cuando entra un chaval a la cafetería donde me encontraba comiendo y anotando ideas. Trae un paquete de libros. Muy tímido y educado, el joven se dirige a una chica que estaba tomando un café a solas. La más guapa del bar, también. Le dice que es escritor, que se autopublica y que además los promociona y los vende. Le deja un ejemplar en la mesa sin compromiso para que lo mire. Luego hace lo mismo conmigo. Echo un vistazo a su libro. La sinopsis de la contraportada ni fú ni fá, pero por dentro parece cuidado y bien editado. Le doy una oportunidad. Vuelve igual de tímido y educado que vino. Es argentino y no esconde su acento. Le digo que quiero que me lo firme. Él sabe que tiene que decirme cuánto cuesta antes de nada. Son doce euros, noto que no es su parte favorita de la conversación, es escritor, maldita sea, no vendedor. Le tengo que dejar yo el bolígrafo porque viene desarmado. No debe de saber aún que su firma en ese momento y en ese lugar es valiosa. Me lo dedica. Se lo pago. Mientras anda buscando el cambio le suelto que yo también soy escritor para llenar el silencio incómodo de trasiego de billetes y monedas. ¿En qué estas trabajando ahora?, me dice apuntando su vista a mi libreta. En un librojuego, le digo. ¿De verdad? Coge su novela, busca una página y me enseña una referencia que en un momento dado hace uno de sus personajes a «Elige tu propia aventura». Él cree que aquello es una gran casualidad. Si le llego a decir que no estaba con un librojuego, sino que estaba pensando maneras de vender libros en bares justo cuando entró, lo mismo se marea del susto.
«Pastelería América III», el lugar de los hechos, foto de TripAdvisor
Esta anécdota es totalmente real, aunque parezca más un cuento. Es así conocí a Emmanuel Marzía y adquirí su libro «Madreselva» para mi biblioteca dedicada, con anécdota incluida. Me llevé una lección de regalo sobre el empeño y lo que significa tener ganas de progresar como escritor. «Madreselva» está ya en mi lista de lecturas pendientes; algo me dice que será una novela interesante y que habrá próxima reseña en esta web.