Alcorque nº 4 (1996)

Revista Alcorque, nº 4 (junio 1996)

El número 4 de la revista Alcorque tenía cierto porte de madurez. Utilizar un papel de color amarillo pastel fue un acierto: aunque seguía siendo un conjunto de fotocopias grapadas, a la vista tenía una apariencia más interesante. El interior había perdido ese gamberrismo en la maquetación del número 3, el anterior. Ahora, visto con la perspectiva de los años, creo que perdimos la oportunidad de seguir la senda fresca de recortar revistas sin piedad y mezclar sus trozos con nuestros textos en un frankenstein divertido y diferente. En ese modelo la literatura no era la única protagonista de la revista, y quizá por eso el número 4 de Alcorque velaba más por el bienestar de los versos y renglones y redujo el protagonismo de tijeras, recortes y pegamento.

Este número se dedicó a la poesía. Por aquella época, solía juntar versos de vez en cuando, y disfrutaba especialmente jugando a construir todo tipo de estrofas clásicas. No hice mucho caso a los romances, había escrito de niño un buen número de ellos, cuentos en formato de octosílabos, en realidad. En 1996, me gustaba más mezclar heptasílabos y endecasílabos, me forzaba a intentar cuadrar sonetos de vez en cuando y decidí que mi estrofa favorita era la lira. Lo sigue siendo. Creo que la verdadera razón fue que preferí los versos de métrica impar, me parecían más afines a lo fantástico, lo maravilloso y lo elevado que los versos con un número de sílabas par. Los octosílabos de los romances me parecían llanos, pegados a la tierra, enraizados casi, y aquello casaba poco con la adolescencia, menos aún en la mía que tenía la cabeza puesta en estrellas, planetas, agujeros negros, nebulosas, galaxias y, claro, en las chicas.

En una revista dedicada a los versos, los dos poemas breves que incluí quedaron sin duda por debajo del nivel medio de los textos de mis compañeros. Aprendí de nuevo de Ana Garrido y Juan José Alcolea, inseparables ya en Alcorque, y del resto de compañeros. En esta revista, además, escribió Consuelo Cerejido, nuestra profesora del aula de creación literaria, pero se decantó por una reseña. Habló sobre «La piel del tambor» de Arturo Pérez-Reverte, que leí poco después.

La revista salió a la luz en junio de 1996. Aquel curso terminó y Alcorque se diluyó, nunca hubo un número 5. Ni siquiera recuerdo por qué en el siguiente curso no retomamos este proyecto. Desde luego, seguí escribiendo, pero no volvería a colaborar en una revista hasta que recalé en la asociación de escritores Verbo Azul de Alcorcón y trabajamos en La hoja azul en blanco. Pero aquello no ocurrió hasta 2001.

Alcorque, hoyo que se hace al pie de las plantas para detener el agua en los riegos, según la RAE y para la mayoría de la gente. Para muchos, una palabra de la que incluso desconocen el significado. Pará mí, una palabra mágica que me trae muy buenos recuerdos. Unos puñados de fotocopias grapadas que por su edición no llegan ni a la categoría de libro de bolsillo y que, sin embargo, ocupan un lugar de honor en mi salón. Una aventura de un grupo de aprendices de escritores, una experiencia que pude compartir con compañeros de mayor talento y experiencia. Somos muy pocos los que podemos decir que hemos publicado en los cuatro números de Alcorque: María Alandes, Ana Garrido, Lucía Hernández, Lucía Escamilla, Pilar Adón y yo. Sé que Pilar Adón y Ana Garrido han seguido escribiendo, ganando premios y publicando. Del resto, espero que sigan haciéndolo. Aún queda agua detenida.

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