Mi lectura de playa este 2018 ha sido Las niñas ya no quieren ser princesas, de Covadonga González-Pola.
Hace unos meses que este libro ocupaba su lugar en la librería del salón. Me apetecía mucho sacarlo de viaje y que, con suerte, también él me sacara a mí.
¿Por qué este libro?
Las niñas ya no quieren ser princesas me llegó en tapa blanda, con solapas, buena presencia y tacto agradable el 24 de octubre de 2017. Coincidí con su autora, Covadonga González-Pola, en un evento literario en la librería Estudio en Escarlata. La actividad se enmarcaba en la edición de ese año de la Semana Gótica de Madrid. Aquella tarde, entre otros, se presentaban dos libros: Las niñas ya no quieren ser princesas, de Covadonga, y Escrito en Piedra: Nigredo, la obra que, gracias a Juan Miguel Lorite, convirtió en libro el conjunto de microrrelatos trazados sobre piedras en el que había venido trabajando los meses anteriores.
Aunque solo sea por haber compartido evento de presentación, considero a Las niñas ya no quieren ser princesas como una especie de familiar literario, un libro que comparte un trocito de su recorrido con mi Escrito en piedra y, además, un ejemplar de mi biblioteca dedicada. Colecciono libros dedicados por sus autores y Covadonga fue, además de interesante en la presentación, amable en el tú a tú y en su dedicatoria.
Injertos fructíferos
He visto varias veces cómo se injertan los cerezos en mi pueblo. El árbol original, un plantón joven, aporta las raíces y un tallo -que luego será tronco- suficientemente ancho como para alimentar las púas del injerto, que luego serán ramas. Así, de un plantón salvaje brotará un árbol que dará una variedad suculenta de cerezas de buen calibre.
Covadonga ha partido de los clásicos de Disney como plantones, y ha injertado su propia versión de los cuentos para hacer crecer sus historias y dar nuevos frutos llenos de originalidad. Versiones feministas, pero es que cualquier revisión actual de estos clásicos tendría que serlo, ¡estaban demasiados escorados a lo masculino! La Cenicienta, El rey león, La sirenita, La Bella y la Bestia, Aladdin , La bella durmiente y Blancanieves, siete películas de cuento que se revitalizan en la pluma de Covadonga y que, además de ofrecernos historias alternativas, nos regalan una herramienta crítica adicional con la que enfrentarnos a cualquier cuento, película o acontecimiento de la vida real. El machismo está a nuestro alrededor, no se gastó todo en los años 50.
Las niñas ya no quieren ser princesas cuenta con un buen número de reseñas en la web que entran en el detalle de cada relato. La Editorial Esdrújula ofrece una amplia lista de las mismas, con sus enlaces, en la página del libro. Recomendaría la reseña en lahuelladigital.com o la de clubdemalasmadres.com, o no, espera, mucho mejor leerse el libro: son poco más de 100 páginas y merece la pena descubrir los detalles por uno mismo.
Lectura de escritor
Las niñas ya no quieren ser princesas es una opción recomendable para lectores, especialmente si se han criado con Disney, y también resulta muy interesante para escritores por dos razones muy concretas. Primero, es un buenísimo ejemplo del juego de los cuentos alternativos y, segundo, nos enseña a romper la última de las funciones de Propp. Vamos con ello.
El juego de los cuentos alternativos se puede entender bien con dos palabras: «Caperucita Amarilla». Efectivamente, se trata de tomar un cuento clásico, mezclarlo con algún elemento extraño y generar una nueva versión. Gianni Rodari explicó este concepto en su genial Gramática de la Fantasía el siglo pasado, hablaba de Caperucita Amarilla o Caperucita en helicóptero. En muchos talleres literarios el ejercicio de escribir cuentos alternativos es muy común: cambiando el punto de vista -ponemos en el centro al lobo en vez de a Caperucita- o añadiendo otros elementos según explicaba Rodari -¿y si Caperucita tuviera un smartphone?
Las niñas ya no quieren ser princesas es todo un libro construido con estas premisas, lo que nos recuerda a los escritores el poder de los cuentos clásicos y la utilidad de las herramientas de creatividad y los ejercicios de los talleres literarios. Un autor puede utilizar sus ideas, posicionamientos e inquietudes como filtro para jugar a los cuentos alternativos. Si te obsesiona la ciencia ficción, ¿qué tal imaginar una versión galáctica de La sirenita y plantear la problemática de las relaciones entre seres de diferentes razas o planetas? Si quieres impregnar tu obra con un espíritu ecologista, ¿puedes escribir una versión de El rey león que lo consiga? Las niñas ya no quieren ser princesas es un ejemplo de cómo este método puede tener éxito, ya no sólo como ejercicio, no sólo como vehículo para plasmar las ideas de un autor, sino también alcanzar éxito como producto editorial.
Romper la última de las funciones de Propp es todo un placer. Estas funciones, puntos que aparecen en todos los cuentos de hadas y definen su estructura, siguen un orden. El último de todos es el matrimonio. El beso o la boda son el final tanto de la mayoría de los cuentos de hadas populares como de muchas otras historias modernas. Negarse a que este sea el final o proponer nuevos conflictos y retos tras la boda es también un buen ejercicio. Covadonga nos plantea en algunos de sus cuentos qué ocurre después del final feliz de la versión clásica. Un personaje que sólo quiera ser princesa completará su arco o su viaje en cuanto se case con el príncipe. Ya está. Pero si tiene otras aspiraciones, deberá seguir luchando por conseguirlas. Puede que ni siquiera necesite la boda ni al final ni en el medio de su camino. Jugar con los cuentos clásicos no se limita a añadir elementos o cambios como sería una Capericita Amarilla o una Caperucita con teléfono móvil: se puede jugar con la propia estructura, violar las funciones de Propp si al fin y al cabo no nos interesa que nuestra versión sea un cuento de hadas, sino otra cosa más jugosa. En Las niñas ya no quieren ser princesas, su planteamiento feminista no puede conformarse con la boda o el matrimonio como función de cierre y final feliz: necesita atacar la estructura. Por esto la obra de Covadonga González-Pola va más allá de un ejercicio de alteración de historias concretas, de una propuesta de cambio de siete clásicos. Lanza una bomba nuclear a la estructura misma de los cuentos de hadas clásicos que equivale a lanzar esa misma bomba a las estructuras aún machistas de nuestra sociedad -y no sólo de la sociedad de la generación anterior-. Ahí radica la verdadera potencia de la propuesta de Covadonga. El inconformismo y la rebeldía de siete mujeres que no quieren ser princesas son cabeza de ariete para un movimiento que debería cambiar la sociedad. Todo esto concentrado en un libro de poco más de cien páginas.
Como escritores, debemos buscar algo más allá de las tramas y acciones concretas, debemos utilizar también la estructura, debemos ver nuestros relatos como instancias particulares de un todo más general, más trascendente. Las niñas ya no quieren ser princesas puede ocupar un lugar en nuestra biblioteca al lado de los libros de ficción, pero también puede colocarse en el apartado de los libros para escritores, junto a la Gramática de la Fantasía, El Viaje del Escritor, la Morfología del cuento. Si me apuras, podemos colocarlo al lado de los libros que los padres solemos tener sobre cómo criar a los niños.
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