Escribo para cambiar el mundo

Es algo que ya sabía pero de lo que aún no había tomado plena conciencia: escribo para cambiar el mundo.

Soy un escritor de géneros variados y temáticas diversas. Disperso mis obras en infantil, juvenil, realismo mágico, fantasía o ciencia ficción, entre otros.

Esta amplitud es maravillosa en cuanto a creatividad y diversión. Contar con un abanico de múltiples opciones, que además se dejan hibridar entre sí, hace muy estimulante la escritura.

Sin embargo, es algo muy complicado de gestionar en cuanto a imagen de autor, marca personal y en la promoción o marketing de mis obras. ¿Cuál es mi público objetivo?¿Cómo es mi lector ideal?¿Qué canales y redes sociales son más adecuados para mi perfil de autor?¿Qué imagen debo proyectar para conseguir mejores ventas?

El tipo de lector que puede disfrutar de los pliegues de Naksatra no es el mismo que se divertirá a tope con ¡Supercoche!, que apreciará el concepto de Nigredo o que hará volar su imaginación con el futuro expuesto en El jardín eterno. Todas ellas son obras orientadas, a priori, a perfiles lectores diferentes. Es cierto que una persona puede tener varias personalidades lectoras. Yo mismo disfruto la literatura juvenil, aunque hace mucho que dejé atrás la adolescencia, tanto como otras obras dirigidas a lectores adultos. Pero un catálogo tan dispar no deja de ser complicado a la hora de promocionar. En una librería, cada una de mis obras acabaría en una sección o estantería diferente. En internet, la distancia entre ellas puede ser aún mayor.

Por eso me parece tan interesante haber encontrado la pieza que los unifica, ese factor común que me ayuda a definir y a explicar a los lectores qué es eso que me mueve cuando escribo, sea el género que sea. Y es que escribo para cambiar el mundo. Así de sencillo. Así de ambicioso como objetivo, y a la vez muy humilde en cuanto al trabajo que supone. Quiero contribuir a crear un mundo mejor.

Escribo cuentos infantiles para hacer más felices a los niños. Quiero que los padres lean cuentos a sus hijos, que los peques disfruten de la fantasía. También me gusta que los niños aprendan a ser críticos pero, sobre todo, busco que se diviertan. Pongo especial cuidado en la estructura de los textos infantiles, en las relaciones de causa y consecuencia, en generar planteamientos claros, desarrollos lógicos y finales bien construidos y, siempre, siempre, felices. Los cuentos son diversión, pero también instrumentos con los que explorar la vida real y valiosas herramientas para crear y fortalecer vínculos afectivos con los niños. Un mundo con más cuentos infantiles será un mundo mejor. Estoy convencido de que los niños que han disfrutado de una buena cantidad de cuentos y del tiempo y dedicación que eso supone por parte de los padres son más felices y mejores personas de mayores.

Escribo realismo mágico porque es una manera excelente de generar contrastes y criticar, a través del ingenio, las cosas que no funcionan en nuestra sociedad actual.

Escribo ciencia ficción porque creo que la humanidad puede conseguir un futuro mejor. Me gusta crear historias que pongan en valor la ciencia y la tecnología, que muestren los avances que podríamos conseguir con esfuerzo, dedicación y recursos. Aunque en mis obras no escondo elementos distópicos o advertencias sobre las consecuencias de un uso inadecuado de los avances científico-técnicos, mi tono general es optimista. En ocasiones, me limito a mostrar una posibilidad, un concepto o una tecnología, y se lo entrego al lector para que imagine por sí mismo lo bueno y lo malo de su aplicación. ¿Cómo utilizaríamos avances médicos para la prevención, el diagnóstico, la curación o incluso la mejora artificial de la salud y las capacidades humanas?¿Qué movimientos sociales se generarán en la Tierra cuando nos dispongamos a lanzar una nave tripulada y sin retorno a las estrellas? En obras como Bacterrobot me descubro, además, en toda la amplitud de mi contradicción aprovechando la flexibilidad que ofrece la ficción interactiva.

La ciencia ficción me parece un género rebelde. Suele estar denostada quizá precisamente porque, en muchas ocasiones, la ci-fi habla de cambios, de evolución, de un futuro mejor. Y todo eso es algo que va en contra de los intereses de los que son poderosos, los que no quieren cambiar porque el estado actual de las cosas les beneficia enormemente. No en vano, la ciencia ficción está repleta de subgéneros que llevan el «punk» por apellido. Ciberpunk, Steampunk, Solarpunk… Y el punk asusta a los más acomodados.

Pero para mejorar el mundo no hace falta abanderar revoluciones. Las cosas pequeñas también suman. Un cuento que haga feliz a un niño cambia el mundo, a su escala y a su manera. Un librojuego que ayude a un adolescente a enfrentarse a decisiones complejas también contribuye. Una obra de ciencia ficción que advierta sobre los peligros nucleares juega su papel. Lo que estoy generando parece inmanejable en términos de marketing y eso me genera estrés como escritor que no acaba de apuntar a un nicho de mercado concreto, pero haber encontrado ese factor común me ha traído cierta paz.

¿Me ayudas a conseguir un mundo mejor?

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