En 1990, con once añitos, redacté mi primer librojuego: “El laberinto”. Lo creé a imagen y semejanza de la colección original de “Elige tu propia aventura”, una de mis principales lecturas de niño.
Hace un tiempo rescaté “El laberinto” de casa de mis padres. Es todo artesano. Todo, todo. Está hecho con folios A4 plegados en formato cuadernillo de manera que el tamaño final es A5, a modo de libro. Son 14 pliegos, el más exterior hace de portada y contraportada pero sólo se conserva la portada. Los otros 13 juntan 52 páginas, 48 de ellos son de contenido, es decir, es un librojuego con 48 secciones. El librito incluye 22 dibujos, 18 historias o finales posibles, y en su interior reza un genial “terminado el día 27 de octubre de 1990”.
Hace exactamente 28 años.

Los dibujos son hechos directamente sobre el original con lápiz y coloreados con pinturas de palo. ¡Ilustraciones a color! En esto superaba a los de “Elige tu propia aventura”. La portada, por eso de diferenciarla, tenía el lápiz repasado con rotulador. Está escrito a máquina, con la máquina de escribir mecánica que por aquella época teníamos en casa, una Olympia AEG Traveller de Luxe que aún conservo y que incluso sigo utilizando. Recuerdo que tenía que meter cada folio A4 ya doblado en tamaño A5, calcular qué página tocaba en cada caso y teclear. Esto no era trivial para un niño de 11 años, porque al plegar los 14 folios el orden de las páginas no es consecutivo. Tampoco era trivial generar un árbol de decisión, ese esquema que relaciona las secciones con los caminos que llegan o salen de ellas, o asegurarme de que todo el libro era explorable y no quedaba ninguna historia por cerrar. La encuadernación me la hizo mi madre. La grapadora no era suficientemente grande como para llegar al centro del cuadernillo. Ella me lo cosió con hilo grueso y ahí sigue sosteniendo las páginas casi tres décadas después.

Por lo demás… los dibujos son regulares, secundarios porque tenían como función rellenar huecos blancos, lo que se conoce (aunque entonces no lo sabía) como «ilustraciones de paso». No incluí ninguna a página completa.
El texto tiene faltas de ortografía, repetición de palabras y una textura que recuerda en cada párrafo que detrás hay un autor niño. La temática puede ser una de las más simples de concebir, muy similar a “La cueva del tiempo” de Edward Packard, el primer número de “Elige tu propia aventura”, una cueva que se bifurca como un laberinto que conduce a diferentes lugares e incluso épocas.

Imagino que no fui el único niño obsesionado en los años 80 y los inicios de los 90 con los libros de “Elige tu propia aventura”. Supongo también que hubo muchos otros chavales que, como yo, se lanzaron a escribir librojuegos. Esta obra la terminé y tenerla acabada entre las manos era una sensación estupenda. Incluso hoy, ahora mismo, me emociono al hojearlo y releer algunas aventuras.
Tras completar “El laberinto”, comencé otro librojuego de ciencia ficción mucho más ambicioso. Se complicó y se quedó inconcluso: más de 160 secciones, si no recuerdo mal, varias historias aún abiertas y alguna de ellas tomando fuerza como para formar un relato independiente. Recuerdo tardes enteras tecleando con mi Traveller de Luxe y apilando folios escritos. Por aquel entonces los folios en blanco me parecían tan valiosos y preciados como el oro puro. Aquello era todo un trabajo, pero recuerdo ser plenamente feliz persiguiendo, tecla a tecla, a velocidad de dedos infantiles, la traducción a texto de todo lo que iba imaginando. ¡Qué libertad aquella! Escribir librojuegos me permitía crear multitud de caminos, no hacía falta descartar historias contradictorias porque podía plasmarlas todas. Eso era absolutamente delicioso.
Lo es todavía.
Desde hace unas semanas, estoy redactando una nueva ficción interactiva. Va dirigida a un público infantil y tiene una estructura sencilla. No presenta más sistema de juego que la pura toma de decisiones, igual que los libros de la serie original de «Elige tu propia aventura» o que mi primer libro interactivo «El laberinto». Ahora escribo en ordenador, uso procesador de textos para el cuerpo del libro, hoja de cálculo para controlar las secciones y páginas escritas y un programa de dibujo para representar el árbol de decisiones. También, aplico todo lo que he aprendido en los últimos veintiocho años, pero sin olvidar la esencia. Mis sobrinos, mi hijo y el recuerdo de mi yo de niño me ayudan a encontrar el pulso de la narración. Las herramientas y los recursos que tengo hoy son otros, más potentes, pero el placer de escribir es el mismo. Estoy deseando terminar el libro, testearlo y ponerlo en circulación. Hasta entonces, dejadme mantener en secreto de qué trata 😉
Una respuesta a «El laberinto de la ficción interactiva»