Un ordenador para escritores

Aunque hace tiempo dediqué una entrada a hablar de las bondades de una máquina de escribir mecánica, es más que evidente que la escritura moderna requiere de un ordenador. Sin embargo, eso no significa que debamos disponer de un último modelo. Si solo nos vamos a dedicar a la escritura, el teclado y la pantalla resultan más importantes que el procesador o la RAM y un portátil antiguo puede ser perfecto para escribir. Tampoco hay que llegar al extremo de George RR Martin de utilizar una máquina basada en MS-DOS y el procesador Wordstar 4, aunque algunos coincidan con el autor de Juego de Tronos en que esos entornos tan antiguos favorecen la concentración. Casos singulares aparte, ¿qué importa de verdad en un ordenador para escribir? ¿se puede trabajar con un equipo antiguo? Mi experiencia me dice que hay tres puntos importantes: el ordenador como objeto físico (teclado, monitor y demás elementos tangibles), la potencia del hardware (memoria, procesador y otros componentes) y software instalado (sistema operativo y programas). Vamos por partes.

EL ORDENADOR DEL ESCRITOR COMO OBJETO FÍSICO

¿Qué necesitamos realmente de nuestro «ordenador para escribir»? Aunque parezca evidente, debe ser ante todo cómodo. La escritura es una actividad que puede requerir horas delante de un teclado y una pantalla. Por eso estos elementos son cruciales. Vamos con ellos.

  • Monitor: textura mate y relación de aspecto más cuadrada. Muchos portátiles montan pantallas brillo con efecto espejo que dificultan la escritura. Generan reflejos y no son apropiados para el trabajo que debe hacer nuestra vista. Una pantalla con acabado en brillo limita la libertad natural de un portátil porque obliga a encontrar una posición en la que no refleje luces; ventanas y lámparas acaban limitando los lugares donde colocarlo. Escribir en un espacio abierto como un porche o una terraza se vuelve casi imposible. En cuanto a la relación de aspecto, las pantallas muy panorámicas no son cómodas. Escribir implica apilar líneas de texto, unas debajo de otras, y para esto es preferible disponer de una buena dimensión vertical. Incluso, por qué no, cabe plantearse girar la pantalla en vertical (muchos monitores lo permiten).
  • Teclado: centrado y silencioso. Es preferible un portátil que no incluya teclado numérico.  Si lo hace, es muy probable que las teclas principales no se encuentren centradas, sino que se alineen ligeramente desplazadas a la izquierda con respecto a la pantalla. En un teclado independiente esto no es un problema porque podemos colocarlo como queramos, pero en un portátil teclado y pantalla forman un solo bloque y es importante que estén centrados entre sí. El tacto silencioso no es tanto una necesidad para el propio escritor, sino una característica muy conveniente si convivimos con más personas y, por ejemplo, aprovechamos cuando los demás están dormidos para escribir. Si tienes un bebé, diría que el teclado silencioso es obligado. Si utilizas un teclado externo, uno mecánico resultará más cómodo y de mejor calidad a la larga. Debe permitir regular el grado de inclinación. Es probable que te interese recuperar un antiguo teclado de los años noventa, esos que pesaban ellos solitos más que un portátil entero de hoy en día, pero sobre los que teclear era una auténtica delicia.
  • Impresora: láser. Si vamos a imprimir de una tacada nuestro borrador de doscientos folios de texto en blanco y negro y vamos a dejar luego olvidada la impresora durante meses, una láser dará mejor rendimiento que una impresora de tinta. Te olvidarás de los problemas de la tinta y sus inyectores, y el coste de impresión por página será menor. A no ser que vayas a darle otros usos a la impresora, o que necesites color porque además de texto incluyas ilustración, una láser será mejor opción.
  • Ratón. Sí, ratón. Incluso aunque un portátil no lo necesite porque tiene su cuadradito táctil o touchpad, es infinitamente más cómodo utilizar un ratón independiente.
  • ¿Portátil o sobremesa? Depende de tus costumbres. Si escribes siempre en el mismo lugar, en un rincón dedicado a ello de la casa, puedes optar por un ordenador de torre o de sobremesa. Por el contrario, si eres de los que se lleva la escritura a todas partes, necesitarás una mochila y un portátil.
  • Botón para producir café. Me temo que ningún modelo lo implementa, de momento, pero sería un gran avance.

LA POTENCIA MÍNIMA DE UN ORDENADOR PARA ESCRIBIR

Ya hemos hablado de cómo debe ser la carrocería de nuestro ordenador para escribir, pero, ¿qué motor necesitará?

Las aplicaciones gráficas, de simulación, animación 3D o los videojuegos de última generación (el «gaming») suelen requerir una máquina con las últimas prestaciones. Sin embargo, la escritura no consume apenas recursos. Cualquier ordenador nuevo nos servirá, sea Mac o PC, y mi recomendación es no complicarse. Si vas a comprar un ordenador nuevo para escribir, fíjate en el punto anterior, que sea cómodo, porque a partir de 200 o 300 euros cualquiera servirá.

En realidad, es probable que ni siquiera necesites comprar un ordenador nuevo si tienes ya uno. Un portátil de más de diez años, un cacharro que probablemente sea menos potente que tu actual teléfono móvil, puede servir muy bien para este cometido. Los requisitos mínimos de hardware para convertir un antiguo PC en un ordenador dedicado a la escritura vendrán determinados por el sistema operativo que queramos utilizar. A día de hoy, mis recomendaciones son Windows 10 y Linux Mint. Para las versiones de 32 bits, sus requerimientos mínimos son tan modestos como estos:

  • Windows 10: 1 GB de RAM, procesador a 1 GHz y 16 GB de disco duro
  • Linux Mint: 512 MB de RAM, procesador de 700 MHz, 9 GB de disco duro

Podemos jugar a hacer un viaje al extremo y utilizar ordenadores más básicos aún, incluso reliquias del siglo pasado, para escribir. Y lo haríamos con éxito. Mi primera novela la escribí en un Pentium a 120 MHz con 16 MB de RAM y 1 GB de disco duro, un aparato de los años noventa que en su día era una máquina maravillosa, de las más potentes que podían encontrarse en las tiendas. Cargaba Word 6 como procesador de textos, con opciones más que suficientes para abordar cualquier proyecto literario. Pero este extremo nos obligaría a colocarnos en la marginalidad, a utilizar software descatalogado y sin soporte, y a renunciar del todo a conectar con Internet.  Windows 10 y Linux Mint son sistemas operativos modernos con actualizaciones y soporte activo, fiables, que cuentan con un sinfín de aplicaciones y programas actuales y que permitirán que naveguemos por Internet para realizar todo lo que necesitamos como escritores: acceso a KDP y otras webs de autoedición, creación y mantenimiento de un blog, conexión a redes sociales, navegación para el trabajo de documentación o cualquier otra cosa. En definitiva, Windows 10 y Linux Mint son opciones que permiten utilizar un ordenador muy modesto no solo para la pura redacción, sino para realizar todo el trabajo adicional que necesitamos como escritores.

SOFTWARE: MI VIAJE A LINUX MINT

Windows 10, y también sus versiones 7 y 8, son opciones perfectas pero, a mi modo de ver, tienen dos grandes desventajas con respecto a Linux Mint.

En primer lugar, Windows 10 está pensado para trabajar en ordenadores con pocos recursos, pero no tanto en ordenadores con pocos recursos y, además, antiguos. Es probable que una instalación de Windows 10 en un ordenador con más de 10 años arroje ciertos problemas con los controladores. Por citar un par que he sufrido de primera mano en un ordenador de 2007 que cumple por los pelos los requisitos mínimos: es capaz de instalar y correr Windows 10, pero a la hora de trabajar encontraba incompatibilidades insalvables con el controlador de red -no conseguía una conexión estable por WiFi- y con el controlador de mi vieja pero maravillosa impresora láser (ni Microsoft ni HP han desarrollado los drivers necesarios para que esta máquina funcione en Windows 10). En definitiva,  Microsoft no ha desarrollado drivers que garanticen compatibilidad de Windows 10 con hardware muy antiguo. Sin embargo, Linux Mint reconoce y pone en marcha de forma automática y sin ningún problema una infinidad de componentes antiguos. Mi viejo Toshiba se conecta a Internet vía WiFi a la primera con Linux Mint, y en cuanto le conecté mi impresora HP Laserjet 1010 del año catapún, el ordenador por sí solo la reconoció, se configuró en cuestión de segundos y ya la tuve lista para imprimir.

En segundo lugar, Windows 10 necesita licencia, y por su precio de mercado no merece la pena comprar una para usar en un ordenador antiguo. Otra cosa es si disponemos de una licencia gratuita de estudiante o a través de cualquier otra opción legal. Por su parte, Linux Mint es gratuito siempre.

Software para escribir

Word es, probablemente, el procesador de texto más extendido. Cuenta con infinidad de opciones y con él se puede abordar cualquier proyecto literario. Se integra a la perfección con el resto de programas maravillosos de la suite de Microsoft Office, como Excel (para los que utilicen hojas de cálculo para planificar u organizar información adicional) o Publisher. El formato de documentos docx nos garantiza que nuestros documentos puedan ser leídos y editados casi por cualquiera: colaboradores, editoriales, etc. En definitiva, Word es una estupenda opción. Sin embargo, tiene tres inconvenientes:

  • No es gratuito: necesitaremos una licencia para usarlo.
  • Es apropiado para Windows. Aunque hay opciones para Mac y también maneras de hacerlo funcionar en Linux, solo recomendaría su uso en Windows.
  • No es un software específico de creación literaria. Word es un procesador de textos generalista que, por defecto, viene configurado más para realizar informes profesionales o tareas de oficina que de creación literaria. Sin ir más lejos, para algo tan básico en literatura como escribir el símbolo de la raya de los diálogos necesitaremos toquetear algunas cosas de configuración.

Por eso hay que tener en cuenta algunas alternativas que, aunque no sean tan extendidas como Word, solucionan algunos de sus (pocos) inconvenientes. Quiero destacar Writer y Scrivener.

El procesador de textos Writer de la suite informática LibreOffice es gratuito y cuenta con versiones para Windows, Mac y Linux. Es muy potente, con una batería de opciones similar a la que ofrece Word. Aunque también es de carácter generalista y enfocado a oficina, encuentro que tiene una textura más adecuada para la literatura, pero esto es una apreciación subjetiva y que responde a mis gustos personales.

Scrivener es un software diseñado de manera expresa para la escritura de ficción. Es la opción preferida de muchos novelistas. Cuenta con versiones para Mac y Windows. Es de pago, pero su precio es tan bajo que realmente no supone una barrera. Para Linux, cuenta con una versión gratuita,  anterior a las más actuales, sin soporte y que requiere algún ajuste adicional si tu idioma de creación es distinto del inglés. No son pocos los escritores que comienzan con Word o Writer y, según van adquiriendo experiencia en el oficio, tienden a migrar a un sistema pensado y diseñado para escritores como Scrivener u otras opcione alternativas en las que uno puede bucear casi sin límite: Ulysses, yWriter, Manuskript y muchas otras, sin olvidar los procesadores minimalistas que, más que la gestión de todos los aspectos de una novela, buscan la máxima concentración, como Focus Writer o Darkroom.

Por lo general, ninguna de las posibles opciones de procesadores de textos requerirá una potencia especial en tu ordenador.

Otro software

Un navegador web con el nos sintamos confortables será esencial (Firefox, Chrome, etc), así como visores de PDF serán herramientas absolutamente necesarias.

Si, además, vamos a trabajar la parte gráfica (ilustraciones, portadas), la de edición y maquetación profesional o la de creación de otros contenidos como podcasts o booktrailers (audiovisual), entonces debemos estar atentos: quizá necesitemos un ordenador potente y más caro, y debamos empezarnos a preocupar por su RAM, su procesador y su precio. Pero esto ya cae fuera del ámbito de lo que pretende abordar este post, es otra historia que debe contarse en otra ocasión.

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La bruja Maruja

Acabo de publicar «La bruja Maruja y su castillo». Se trata de un cuento infantil y el proceso de elaboración ha sido precioso.

A la bruja Maruja no le gusta compartir nada con nadie. Lo que más desea en el mundo es vivir sola, lejos de todos. Pero, una vez que consigue comprar su propio castillo, ocurre algo inesperado. ¿Quieres descubrirlo?

Lo inventé junto con mi hijo, cuando tenía cuatro años. Él aportó los elementos iniciales y el giro principal de la trama. Yo puse las cosas en orden y apliqué una estructura sencilla pero eficaz. Ese planteamiento, nudo y desenlace que en los cuentos de niños puede concretarse en presentación del personaje, problema y solución con final feliz. Todo esto de forma oral, hablada, con apoyo de una libreta en la que esbocé unos dibujos para acompañar la narración.

Este juego de inventar un cuento lo habíamos hecho otras veces mi hijo y yo. En esta ocasión, el resultado fue muy divertido, la aportación del niño muy enriquecedora y el resultado muy redondeado. Decidí pulirlo y emprender el camino para convertirlo en un cuento de verdad.

Alcancé muy pronto una redacción del texto satisfactoria. Pasar del oral al escrito, además, suele aportar orden y ayuda a mejorar la estructura. Después, empecé a concebir el formato del libro y a decidir algunos aspectos del diseño que, aunque ya los sabía por intuición, me sorprendieron cuando tomé conciencia de todos ellos.

  • Letra ligada. Los niños de 4 años comienzan a familiarizarse con las letras, es el inicio del aprendizaje de la lectura. El tipo de letra que se utiliza en los colegios no es letra de imprenta, sino letra ligada, de tipo manuscrita y que presenta una continuidad del trazo dentro de una misma palabra. Como padre comprador de cuentos, me ha costado encontrar ediciones que utilicen este tipo de letra. Hay algunas, muy buenas, pero la mayoría utilizan tipografías de imprenta. Tuve claro desde el primer minuto que «La bruja Maruja» tendría letra ligada.
  • Tamaño de letra grande. Por la misma razón. El cuento va dirigido a niños que están empezando su aprendizaje de la lectura y el adulto que lee el cuento puede seguir con el dedo palabra a palabra. También va dirigido a los niños que han aprendido ya a leer y se enfrentan a sus primeras lecturas autónomas. El tamaño de letra, en cualquiera de los casos, debe ser grande.
  • Ilustrado y a todo color. En los cuentos infantiles de esta edad, la imagen es crucial. De hecho, es hasta más importante que el propio texto. Desde la primera redacción de «La bruja Maruja y su castillo» tuve en cuenta que cada párrafo correspondería con un dibujo. Así, el manuscrito del cuento estaba compuesto ya en su primera versión por una sucesión de escenas sencillas.
  • Formato cuadrado. La mayoría de los cuentos infantiles que forman parte de la biblioteca de mi hijo son cuadrados. Es el formato más cómodo, y el más apropiado para una publicación en la que los dibujos van a ser protagonistas.

Con estas premisas, invité a mi amigo Alberto GG a ilustrar el cuento. Además de ser un estupendo dibujante, tiene experiencia con tiras cómicas y sabría sacarle todo el partido a un texto divertido. También se maneja a la perfección con las herramientas digitales necesarias para crear un PDF profesional, algo imprescindible para plantearnos una edición propia. Pero, por encima de todo, Alberto es uno de mis mejores amigos.

El proceso de creación de las ilustraciones, la portada, la tripa o interior del libro, la sinopsis y todos los elementos adicionales llevó meses. Mi hijo fue testigo de los avances, y mi mujer una crítica atenta a los detalles y constructiva.

Con todo preparado, enfrentamos el proceso de publicación en Amazon. Tras validar un primer ejemplar de prueba y superar todas las revisiones necesarias, por fin ha salido a la venta. ¡A tiempo para las navidades!

El laberinto de la ficción interactiva

En 1990, con once añitos, redacté mi primer librojuego: “El laberinto”. Lo creé a imagen y semejanza de la colección original de “Elige tu propia aventura”, una de mis principales lecturas de niño.
Hace un tiempo rescaté “El laberinto” de casa de mis padres. Es todo artesano. Todo, todo. Está hecho con folios A4 plegados en formato cuadernillo de manera que el tamaño final es A5, a modo de libro. Son 14 pliegos, el más exterior hace de portada y contraportada pero sólo se conserva la portada. Los otros 13 juntan 52 páginas, 48 de ellos son de contenido, es decir, es un librojuego con 48 secciones. El librito incluye 22 dibujos, 18 historias o finales posibles, y en su interior reza un genial “terminado el día 27 de octubre de 1990”.

Hace exactamente 28 años.

Portada artesana

Los dibujos son hechos directamente sobre el original con lápiz y coloreados con pinturas de palo. ¡Ilustraciones a color! En esto superaba a los de “Elige tu propia aventura”. La portada, por eso de diferenciarla, tenía el lápiz repasado con rotulador. Está escrito a máquina, con la máquina de escribir mecánica que por aquella época teníamos en casa, una Olympia AEG Traveller de Luxe que aún conservo y que incluso sigo utilizando. Recuerdo que tenía que meter cada folio A4 ya doblado en tamaño A5, calcular qué página tocaba en cada caso y teclear. Esto no era trivial para un niño de 11 años, porque al plegar los 14 folios el orden de las páginas no es consecutivo. Tampoco era trivial generar un árbol de decisión, ese esquema que relaciona las secciones con los caminos que llegan o salen de ellas, o asegurarme de que todo el libro era explorable y no quedaba ninguna historia por cerrar. La encuadernación me la hizo mi madre. La grapadora no era suficientemente grande como para llegar al centro del cuadernillo. Ella me lo cosió con hilo grueso y ahí sigue sosteniendo las páginas casi tres décadas después.

Páginas centrales del libro, con el hilo de la encuadernación cosida a la vista

Por lo demás… los dibujos son regulares, secundarios porque tenían como función rellenar huecos blancos, lo que se conoce (aunque entonces no lo sabía) como «ilustraciones de paso». No incluí ninguna a página completa.

El texto tiene faltas de ortografía, repetición de palabras y una textura que recuerda en cada párrafo que detrás hay un autor niño. La temática puede ser una de las más simples de concebir, muy similar a “La cueva del tiempo” de Edward Packard, el primer número de “Elige tu propia aventura”, una cueva que se bifurca como un laberinto que conduce a diferentes lugares e incluso épocas.

Páginas con ilustraciones a color en los huecos que no llenó el texto

Imagino que no fui el único niño obsesionado en los años 80 y los inicios de los 90 con los libros de “Elige tu propia aventura”. Supongo también que hubo muchos otros chavales que, como yo, se lanzaron a escribir librojuegos. Esta obra la terminé y tenerla acabada entre las manos era una sensación estupenda. Incluso hoy, ahora mismo, me emociono al hojearlo y releer algunas aventuras.

Tras completar “El laberinto”, comencé otro librojuego de ciencia ficción mucho más ambicioso. Se complicó y se quedó inconcluso: más de 160 secciones, si no recuerdo mal, varias historias aún abiertas y alguna de ellas tomando fuerza como para formar un relato independiente. Recuerdo tardes enteras tecleando con mi Traveller de Luxe y apilando folios escritos. Por aquel entonces los folios en blanco me parecían tan valiosos y preciados como el oro puro. Aquello era todo un trabajo, pero recuerdo ser plenamente feliz persiguiendo, tecla a tecla, a velocidad de dedos infantiles, la traducción a texto de todo lo que iba imaginando. ¡Qué libertad aquella! Escribir librojuegos me permitía crear multitud de caminos, no hacía falta descartar historias contradictorias porque podía plasmarlas todas. Eso era absolutamente delicioso.

Lo es todavía.

Desde hace unas semanas, estoy redactando una nueva ficción interactiva. Va dirigida a un público infantil y tiene una estructura sencilla. No presenta más sistema de juego que la pura toma de decisiones, igual que los libros de la serie original de «Elige tu propia aventura» o que mi primer libro interactivo «El laberinto». Ahora escribo en ordenador, uso procesador de textos para el cuerpo del libro, hoja de cálculo para controlar las secciones y páginas escritas y un programa de dibujo para representar el árbol de decisiones.  También, aplico todo lo que he aprendido en los últimos veintiocho años, pero sin olvidar la esencia. Mis sobrinos, mi hijo y el recuerdo de mi yo de niño me ayudan a encontrar el pulso de la narración. Las herramientas y los recursos que tengo hoy son otros, más potentes, pero el placer de escribir es el mismo. Estoy deseando terminar el libro, testearlo y ponerlo en circulación. Hasta entonces, dejadme mantener en secreto de qué trata 😉

La cosmonave perdida

 

Con La Cosmonave Perdida, de Miguel Ángel Alonso Pulido, traigo de nuevo un libro de ciencia ficción a mi blog. Se trata del primer libro publicado del autor, una novela corta, que introduce todo un mundo de ficción. Leí este libro a principios de 2016 y lo reseñé en Diludia, mi espacio web anterior a este blog. Hoy recupero y adapto el comentario que hice entonces, y quisiera ya en la introducción decir algo muy relevante sobre la literatura de Miguel Ángel: a día de hoy, he leído todos sus libros publicados y estoy a la espera de la próxima publicación de la novela que cerrará la saga abierta por La Cosmonave Perdida.

 

Mi reseña original, de 2016

La Cosmonave Perdida cuenta con algunos de los principales ingredientes del género: naves espaciales, armas láser y no solo humanos. Se trata de una novela ágil, construida sobre un mundo de ficción que se intuye muy sólido pero del que no se da más información de la necesaria, y con una excelente gestión de la intriga. El resultado es un libro adictivo y dos veces bueno, por lo breve.

La novela trata sobre la aparición de una inquietante cosmonave. El motor principal de la trama es precisamente la resolución del misterio y, sin embargo, lo que engancha al lector no es tanto el avance de la trama principal como la continua tensión a la que están sometidos los personajes en cada escena. Se trata de un texto casi cinematográfico, de aventuras y de acción constante que hace de La Cosmonave Perdida un libro de lo más entretenido.

Aunque en un primer plano tenemos a los protagonistas resolviendo situaciones complicadas, la novela permite al lector asomarse ligeramente a un mundo futurista con una compleja organización política. Sin duda el Gran Consejo que gobierna la galaxia es un lugar apropiado para intrigas y grandes planteamientos. Suena el eco de una guerra pasada y se intuye un gran conflicto por venir. Pero La Cosmonave Perdida no profundiza en nada de eso, se mantiene fiel al ritmo trepidante de la escena concreta que nos cuenta en cada momento. ¡Bien! ¿cuántas veces hemos tenido que leer cientos de páginas antes de llegar a la verdadera acción? Si quieres saborear lentamente un menú degustación, puedes optar por muchas buenas sagas que te satisfarán, pero si quieres tomarte un café solo muy cargado de un trago, La Cosmonave Perdida es lo tuyo.

Empieza in media res y, así, nos presenta al protagonista en acción. No nos interesa la infancia de Chaka Gutionov ni su historia, el autor lo mete en apuros y hace que se desenvuelva. Ya está, tenemos un personaje definido. Y así con el resto del reparto, caracterizaciones muy hábiles y personajes interesantes, entre los que me gustaría destacar el aracnoide Tenok Pol. Todos quedan trazados con pocas líneas y, sobre todo, a través de diálogos muy bien elaborados. Y esta es otra contribución a que la novela parezca tan cinematográfica: abundan los diálogos pero no son gratuitos, siempre hacen avanzar la trama.

Otra característica destacable de La Cosmonave Perdida es la forma en la que se resuelve el equilibrio entre ciencia y ficción. Aunque no diría que se trata de ciencia ficción de la más dura, es evidente que hay un gran trabajo en la descripción de la tecnología para mantener una coherencia con la ciencia que conocemos. Sí, tiene una textura que recuerda a Star Wars, pero en el caso de La Cosmonave Perdida la ciencia y la tecnología son elementos de peso. Siendo claros: uno puede basar la historia de Star Wars en un futuro con naves espaciales, en la Edad Media, el salvaje oeste o casi en cualquier escenario, y pienso que están muy acertados aquellos que clasifican Stars Wars en el género de fantasía. Pero la novela de Miguel Ángel Alonso Pulido le da a la tecnología un papel más relevante que el de simple decorado y lo aprovecha para generar tensión: la radiación va en aumento y eso inyecta urgencia, la gravedad es diferente que en la Tierra y eso influye en cómo se mueven y qué pueden hacer o no los personajes, y otros elementos que nos llevan a clasificar La Cosmonave Perdida como ciencia ficción, sin ninguna duda. Pero, y aquí está la clave del equilibrio, el autor no se pierde en explicaciones científicas innecesarias. Algunas da, sí, pero aportan coherencia sin llegar a cortar el ritmo de la novela. Es decir, no para la película para proyectar un documental, tenemos película todo el rato. Conseguir este equilibrio no es sencillo, y para mí es uno de los grandes méritos de La Cosmonave Perdida.

Y todo esto en una novela de debut, la primera novela publicada de Miguel Ángel Alonso Pulido, y está llena de puntos a favor. Desde luego, algún aspecto a  mejorar encontraremos si sacamos la lupa. Pero no cabe duda de que estamos ante un ejemplo más del excelente trabajo de la nueva generación wlogger. Sí, el autor mantiene su propio blog de escritor, con series de artículos realmente interesantes y un enfoque de escritor-editor-empresario que merece la pena seguir. En su web encontraréis, además, una sinopsis que de verdad os cuente de qué va la novela (mi reseña, como es habitual, apunta otros aspectos más que resumir la trama u ofrecer una sinopsis).

Leí la novela en ePUB, y lo configuré con letra blanca sobre fondo negro, el «negativo» de lo habitual. Aparte de que me parece una forma muy agradable de leer, el fondo negro para una novela de ciencia ficción con espacio profundo alrededor es de lo más apropiado.

Ahora que La Cosmonave Perdida ha mostrado la puerta a un mundo de ficción con mucho potencial, queda preguntarse cómo habrá decidido Miguel Ángel desarrollarlo en sus siguientes novelas, Traición en el Gran Consejo y Proyecto Armagedón. Aunque tengo otras lecturas pendientes y la llamada de espadas y dragones es fuerte, seguramente la ciencia ficción y la novelas de este autor se abrirán un hueco de nuevo en mi Kindle.

 

Preguntas con respuestas

La Cosmonave Perdida es un libro autoconclusivo. La historia que se plantea, el conflicto, se cierra con el punto y final. Sin embargo, el desarrollo del mundo de ficción creado queda abierto y tiene continuidad en la saga de La amenaza treyana del mismo autor. La guía de lectura que Miguel Ángel incluye en su web expone de una manera muy ordenada y útil toda la obra, incluidos algunos relatos adicionales, para facilitar a los lectores una buena experiencia.

Me juré no comenzar el primer libro de ninguna saga que no estuviera ya completada porque quiero evitar a toda costa engancharme a una historia inconclusa y arriesgarme a quedarme colgado y con síndrome de abstinencia lectora a la espera de la publicación de las continuaciones. Por eso, la noche que comencé a leer Traición en el Gran Consejo, mi intención era solo sondear, pero no realmente leer la novela completa. Sin embargo, no pude dejar de leerla. La Cosmonave Perdida es un buen texto para un autor novel y autopublicado, pero que queda en el círculo de historias entretenidas y agradables, lejos del conjunto de novelas memorables o del top de libros favoritos para un lector con un mínimo de bagaje. Por eso me sorprendió el salto de calidad que Traición en el Gran Consejo supone respecto a La Cosmonave Perdida. Y me alegró mucho. Pero hablar de este libro y los siguientes será motivo de otra reseña o entrada de blog. Hoy me quiero centrar en comentar el resultado: leí la saga y ahora me encuentro a la espera de la publicación de la novela que promete cerrarla, La guerra del ayer, que me consta que está en proceso de elaboración. Estoy tranquilo porque el autor transmite una imagen de profesionalidad muy fuerte y estoy seguro de que trabaja duro para terminar su saga y aliviarnos el síndrome de abstinencia lectora a los que quedamos enganchados a su mundo de ficción.

Leer autores independientes cuando uno mismo también lo es enriquece muchísimo. En el caso de Miguel Ángel Alonso Pulido, tan interesante como su obra de ficción es su trabajo como divulgador sobre asuntos de autopublicación y del oficio de escritor. Descubrí a Miguel Ángel por sus artículos, no por sus libros, cuando llegué a su web buscando información sobre Scrivener. Pronto, pasé de leer sus consejos a sumergirme en sus libros y a seguir su carrera de autor. Estoy convencido de que volveré a hablar de Miguel Ángel es este blog, más pronto que tarde.

Las vidas de los cuentos

El podcast A voz en cuento ha publicado la versión en audio de mi relato Linda Pituitaria. Conozco a José Jesús, creador de este maravilloso podcast literario desde hace años. No es la primera vez que alguno de mis textos encuentran, gracias a su buen hacer, una versión en audio. Participé con una lectura, esta vez en mi propia voz, en el Segundo especial de poesía allá por 2014, y más recientemente con Ideas para Lucía, el cuento de obertura en mi libro de relatos de realismo mágico Naksatra.

La versión oral en podcast les ha dado una nueva vida a estos textos. Esto me ha hecho pensar en el ciclo de vida de un cuento, y he descubierto que puede ser más largo, interesante y provechoso de lo que podemos pensar al inicio. Por eso en esta entrada quiero incluir una relación de las posibles vidas que puede recorrer un cuento. Si tienes un relato recién terminado, corregido, estás listo para lanzarlo a la aventura y recorrer infinidad de caminos.

  1. Concursos literarios. La cantidad de concursos literarios que incluyen una categoría de cuento o relato es enorme. La mayoría de los concursos exigirá que los textos sean originales e inéditos. Por eso son el primer paso, ya que sólo podremos optar a concursos en esta primera fase en la que el relato está recién cocinado y aún no ha salido de nuestro disco duro. Es una opción excelente, ya que un premio aporta tanto al currículum del autor como al valor del propio cuento premiado. Las convocatorias son tan numerosas que seguramente encontremos varias que se adapten a nuestra obra, por temática, extensión y demás condiciones que establezcan las bases. El único inconveniente de los concurso es que, mientras un relato está en competición, no podemos utilizarlo para otros propósitos. La buena noticia es que los concuros de relato suelen tener plazos más que razonables en los que se conoce el ganador. Uno de los mejores lugares para encontrar convocatorias para concursos es la lista que publica escritores.org. Muchos concursos incluyen, como parte del premio, la publicación del texto en alguna revista, antología o lugar de Internet.
  2. Publicación individual. Un relato puede publicarse de forma aislada. Puede ser en papel en formato cuadernillo, en digital, en plataformas como Wattpad o como entrada en un blog de literatura, propio o como invitado. No será un libro, pero hay muchas formas de publicar textos breves que, por extensión, no encajan en el concepto de libro. Si lo publicamos en formato digital, es importante ser honesto con los lectores y dejar muy claro que se trata de un relato breve, ya que si compran la obra pensando que será una novela para pasar tardes de sillón y chimenea se llevarán un disgusto.
  3. Inclusión en una revista. Varios de mis cuentos estás repartidos en revistas como La hoja azul en blanco o Astrolabium. En este tipo de publicaciones, tu cuento estará acompañado por otros de distintos autores. Las revistas suelen tener detrás círculos de escritores o lectores, por lo que resulta muy gratificante contribuir en ellas.
  4. Antología de varios autores. Similar a la revista, otra manera de darle vida a un buen texto es incluirlo en una antología de varios autores. Estas antologías suelen responder a un elemento común: temática, tipos de autores, o cualquier relación que sirva para explicarle a un lector qué tipos de relatos va a encontrar. Por ejemplo, una antología de ciencia ficción que trata el tema de viajes temporales. Las antologías no sólo las proponen las editoriales, también las comunidades o grupos de escritores, sean de Internet o asociaciones locales, suelen plantear este formato para crear una obra que dé cabida a una representación interesante de sus miembros.
  5. Libro de relatos propios. Este es el paso que di en su día con Naksatra. Requiere más esfuerzo ya que son necesarios varios relatos para conformar una obra, y tampoco vale juntar todo lo uno escribe tal cual: el libro debe tener sentido y coherencia como unidad. No funcionará bien si es un conglomerado de cuentos muy dispares. Las ventajas son evidentes, pero una a destacar es conseguir agrupar las obras que uno puede tener dispersas en revistas, antologías y rincones de Internet y presentarla de forma ordenada a los lectores. En realidad, para mí el libro de relatos propios es el punto principal, la residencia habitual para tu relato y, aunque lo saques de vacaciones a participar en revistas o antologías, será también el punto de retorno y referencia.
  6. Podcast. Lo más maravilloso del podcast es que el cuento escapa del formato texto, sea impreso en papel o en pantalla, y encuentra una vía muy interesante en el audio. Tu cuento como sonido puede ser compañero de cocina, deporte, viaje en coche, paseo o de tareas de la casa. Igual que la radio. Es una vida extra de lo más interesante.

Estas vidas son, en general, bastante clásicas. Es posible ampliar aún más las posibilidades de un texto si nos atrevemos a experimentar con él con formas más arriesgadas. Por eso, cuando terminéis un cuento, pensad en él como una pieza de LEGO con la que podéis jugar y encajar en multitud de diferentes construcciones. Linda Pituitaria, diecisiete años después de su primera publicación, sigue demostrando que es un cuento vigente, vivo y capaz todavía de dar sorpresas y alegrías.

 

Imagen: uno de los caminos que puede tomar un cuento. Tomada de Pixabay.

Las niñas ya no quieren ser princesas

Mi lectura de playa este 2018 ha sido Las niñas ya no quieren ser princesas, de Covadonga González-Pola.

Hace unos meses que este libro ocupaba su lugar en la librería del salón. Me apetecía mucho sacarlo de viaje y que, con suerte, también él me sacara a mí.

 

¿Por qué este libro?

Las niñas ya no quieren ser princesas me llegó en tapa blanda, con solapas, buena presencia y tacto agradable el 24 de octubre de 2017. Coincidí con su autora, Covadonga González-Pola, en un evento literario en la librería Estudio en Escarlata. La actividad se enmarcaba en la edición de ese año de la Semana Gótica de Madrid. Aquella tarde, entre otros, se presentaban dos libros: Las niñas ya no quieren ser princesas, de Covadonga, y Escrito en Piedra: Nigredo, la obra que, gracias a Juan Miguel Lorite, convirtió en libro el conjunto de microrrelatos trazados sobre piedras en el que había venido trabajando los meses anteriores.

Aunque solo sea por haber compartido evento de presentación, considero a Las niñas ya no quieren ser princesas como una especie de familiar literario, un libro que comparte un trocito de su recorrido con mi Escrito en piedra y, además, un ejemplar de mi biblioteca dedicada. Colecciono libros dedicados por sus autores y Covadonga fue, además de interesante en la presentación, amable en el tú a tú y en su dedicatoria.

 

Injertos fructíferos

He visto varias veces cómo se injertan los cerezos en mi pueblo. El árbol original, un plantón joven, aporta las raíces y un tallo -que luego será tronco- suficientemente ancho como para alimentar las púas del injerto, que luego serán ramas. Así, de un plantón salvaje brotará un árbol que dará una variedad suculenta de cerezas de buen calibre.

Covadonga ha partido de los clásicos de Disney como plantones, y ha injertado su propia versión de los cuentos para hacer crecer sus historias y dar nuevos frutos llenos de originalidad. Versiones feministas, pero es que cualquier revisión actual de estos clásicos tendría que serlo, ¡estaban demasiados escorados a lo masculino! La CenicientaEl rey leónLa sirenitaLa Bella y la BestiaAladdin , La bella durmiente Blancanieves, siete películas de cuento que se revitalizan en la pluma de Covadonga y que, además de ofrecernos historias alternativas, nos regalan una herramienta crítica adicional con la que enfrentarnos a cualquier cuento, película o acontecimiento de la vida real. El machismo está a nuestro alrededor, no se gastó todo en los años 50.

Las niñas ya no quieren ser princesas cuenta con un buen número de reseñas en la web que entran en el detalle de cada relato. La Editorial Esdrújula ofrece una amplia lista de las mismas, con sus enlaces, en la página del libro. Recomendaría la reseña en lahuelladigital.com o la de clubdemalasmadres.com, o no, espera, mucho mejor leerse el libro: son poco más de 100 páginas y merece la pena descubrir los detalles por uno mismo.

 

Lectura de escritor

Las niñas ya no quieren ser princesas es una opción recomendable para lectores, especialmente si se han criado con Disney, y también resulta muy interesante para escritores por dos razones muy concretas. Primero, es un buenísimo ejemplo del juego de los cuentos alternativos y, segundo, nos enseña a romper la última de las funciones de Propp. Vamos con ello.

El juego de los cuentos alternativos se puede entender bien con dos palabras: «Caperucita Amarilla». Efectivamente, se trata de tomar un cuento clásico, mezclarlo con algún elemento extraño y generar una nueva versión. Gianni Rodari explicó este concepto en su genial Gramática de la Fantasía el siglo pasado,  hablaba de Caperucita Amarilla o Caperucita en helicóptero. En muchos talleres literarios el ejercicio de escribir cuentos alternativos es muy común: cambiando el punto de vista -ponemos en el centro al lobo en vez de a Caperucita- o añadiendo otros elementos según explicaba Rodari -¿y si Caperucita tuviera un smartphone?

Las niñas ya no quieren ser princesas es todo un libro construido con estas premisas, lo que nos recuerda a los escritores el poder de los cuentos clásicos y la utilidad de las herramientas de creatividad y los ejercicios de los talleres literarios. Un autor puede utilizar sus ideas, posicionamientos e inquietudes como filtro para jugar a los cuentos alternativos. Si te obsesiona la ciencia ficción, ¿qué tal imaginar una versión galáctica de La sirenita y plantear la problemática de las relaciones entre seres de diferentes razas o planetas? Si quieres impregnar tu obra con un espíritu ecologista, ¿puedes escribir una versión de El rey león que lo consiga? Las niñas ya no quieren ser princesas es un ejemplo de cómo este método puede tener éxito, ya no sólo como ejercicio, no sólo como vehículo para plasmar las ideas de un autor, sino también alcanzar éxito como producto editorial.

Romper la última de las funciones de Propp es todo un placer. Estas funciones, puntos que aparecen en todos los cuentos de hadas y definen su estructura, siguen un orden. El último de todos es el matrimonio. El beso o la boda son el final tanto de la mayoría de los cuentos de hadas populares como de muchas otras historias modernas. Negarse a que este sea el final o proponer nuevos conflictos y retos tras la boda es también un buen ejercicio. Covadonga nos plantea en algunos de sus cuentos qué ocurre después del final feliz de la versión clásica. Un personaje que sólo quiera ser princesa completará su arco o su viaje en cuanto se case con el príncipe. Ya está. Pero si tiene otras aspiraciones, deberá seguir luchando por conseguirlas. Puede que ni siquiera necesite la boda ni al final ni en el medio de su camino. Jugar con los cuentos clásicos no se limita a añadir elementos o cambios como sería una Capericita Amarilla o una Caperucita con teléfono móvil: se puede jugar con la propia estructura, violar las funciones de Propp si al fin y al cabo no nos interesa que nuestra versión sea un cuento de hadas, sino otra cosa más jugosa. En Las niñas ya no quieren ser princesas, su planteamiento feminista no puede conformarse con la boda o el matrimonio como función de cierre y final feliz: necesita atacar la estructura. Por esto la obra de Covadonga González-Pola va más allá de un ejercicio de alteración de historias concretas, de una propuesta de cambio de siete clásicos. Lanza una bomba nuclear a la estructura misma de los cuentos de hadas clásicos que equivale a lanzar esa misma bomba a las estructuras aún machistas de nuestra sociedad -y no sólo de la sociedad de la generación anterior-. Ahí radica la verdadera potencia de la propuesta de Covadonga. El inconformismo y la rebeldía de siete mujeres que no quieren ser princesas son cabeza de ariete para un movimiento que debería cambiar la sociedad. Todo esto concentrado en un libro de poco más de cien páginas.

Como escritores, debemos buscar algo más allá de las tramas y acciones concretas, debemos utilizar también la estructura, debemos ver nuestros relatos como instancias particulares de un todo más general, más trascendente. Las niñas ya no quieren ser princesas puede ocupar un lugar en nuestra biblioteca al lado de los libros de ficción, pero también puede colocarse en el apartado de los libros para escritores, junto a la Gramática de la Fantasía, El Viaje del Escritor, la Morfología del cuento. Si me apuras, podemos colocarlo al lado de los libros que los padres solemos tener sobre cómo criar a los niños.

 

Alcorque nº 4 (1996)

Revista Alcorque, nº 4 (junio 1996)

El número 4 de la revista Alcorque tenía cierto porte de madurez. Utilizar un papel de color amarillo pastel fue un acierto: aunque seguía siendo un conjunto de fotocopias grapadas, a la vista tenía una apariencia más interesante. El interior había perdido ese gamberrismo en la maquetación del número 3, el anterior. Ahora, visto con la perspectiva de los años, creo que perdimos la oportunidad de seguir la senda fresca de recortar revistas sin piedad y mezclar sus trozos con nuestros textos en un frankenstein divertido y diferente. En ese modelo la literatura no era la única protagonista de la revista, y quizá por eso el número 4 de Alcorque velaba más por el bienestar de los versos y renglones y redujo el protagonismo de tijeras, recortes y pegamento.

Este número se dedicó a la poesía. Por aquella época, solía juntar versos de vez en cuando, y disfrutaba especialmente jugando a construir todo tipo de estrofas clásicas. No hice mucho caso a los romances, había escrito de niño un buen número de ellos, cuentos en formato de octosílabos, en realidad. En 1996, me gustaba más mezclar heptasílabos y endecasílabos, me forzaba a intentar cuadrar sonetos de vez en cuando y decidí que mi estrofa favorita era la lira. Lo sigue siendo. Creo que la verdadera razón fue que preferí los versos de métrica impar, me parecían más afines a lo fantástico, lo maravilloso y lo elevado que los versos con un número de sílabas par. Los octosílabos de los romances me parecían llanos, pegados a la tierra, enraizados casi, y aquello casaba poco con la adolescencia, menos aún en la mía que tenía la cabeza puesta en estrellas, planetas, agujeros negros, nebulosas, galaxias y, claro, en las chicas.

En una revista dedicada a los versos, los dos poemas breves que incluí quedaron sin duda por debajo del nivel medio de los textos de mis compañeros. Aprendí de nuevo de Ana Garrido y Juan José Alcolea, inseparables ya en Alcorque, y del resto de compañeros. En esta revista, además, escribió Consuelo Cerejido, nuestra profesora del aula de creación literaria, pero se decantó por una reseña. Habló sobre «La piel del tambor» de Arturo Pérez-Reverte, que leí poco después.

La revista salió a la luz en junio de 1996. Aquel curso terminó y Alcorque se diluyó, nunca hubo un número 5. Ni siquiera recuerdo por qué en el siguiente curso no retomamos este proyecto. Desde luego, seguí escribiendo, pero no volvería a colaborar en una revista hasta que recalé en la asociación de escritores Verbo Azul de Alcorcón y trabajamos en La hoja azul en blanco. Pero aquello no ocurrió hasta 2001.

Alcorque, hoyo que se hace al pie de las plantas para detener el agua en los riegos, según la RAE y para la mayoría de la gente. Para muchos, una palabra de la que incluso desconocen el significado. Pará mí, una palabra mágica que me trae muy buenos recuerdos. Unos puñados de fotocopias grapadas que por su edición no llegan ni a la categoría de libro de bolsillo y que, sin embargo, ocupan un lugar de honor en mi salón. Una aventura de un grupo de aprendices de escritores, una experiencia que pude compartir con compañeros de mayor talento y experiencia. Somos muy pocos los que podemos decir que hemos publicado en los cuatro números de Alcorque: María Alandes, Ana Garrido, Lucía Hernández, Lucía Escamilla, Pilar Adón y yo. Sé que Pilar Adón y Ana Garrido han seguido escribiendo, ganando premios y publicando. Del resto, espero que sigan haciéndolo. Aún queda agua detenida.

Escritor efímero

El 1 de mayo de 2018 visité con mi familia el famoso Huerto del Cura de Elche, un precioso jardín con una colección más que notable de palmeras, cactus y otras especies vegetales.

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Una de las panorámicas que ofrece el Huerto del Cura, con estanque, palmeras y cactus

Encontré los carteles que todo visitante espera y aprecia en un jardín botánico, con información sobre cada tipo de planta expuesta: especie, origen y otros datos. Pero me sorprendió otro tipo de carteles. Una placa en particular otorgaba a una de las palmeras el nombre de Wenceslao Fernández Flórez. Reconocí al escritor, ese de quien tuve un libro en las estanterías de mi niñez, que quizá siga en casa de mis padres. Me pareció precioso el homenaje, que un escritor pueda tener una palmera. Más aún, pensé que, por qué no, un escritor puede convertirse en árbol: a fin de cuentas, si el árbol luego se hace papel puede completar un curioso ciclo.

No esperaba encontrarme con aquello en el Huerto del Cura, pero la casualidad no me cogió tampoco desprevenido: llevaba conmigo mi rotulador indeleble. Tomé una de las numerosas piedras blancas y redondeadas que adornaban el jardín, plasmé mis sensaciones en un cuento brevísimo y devolví la piedra, hecha ya literatura, al punto exacto de donde la tomé.

 

Escritor efímero

Hay dos tipos de escritores: los que se convierten en piedra y los que serán árbol. Yo seré aire.

 

Esa misma tarde investigué un poco más. Descubrí la deliciosa tradición del Huerto del Cura de homenajear personalidades y obsequiarles con una palmera . También conseguí navegar hasta una fotografía del homenaje realizado a Wenceslao Fernández Flórez en diciembre de 1928.

Fotografía original de época, con Wenceslao, gabardinas, sombreros y el característico color sepia de las imágenes de entonces

 

El viaje del escritor efímero

Como otras piedras que he dejado en Málaga (Atavia), en Calpe (Eclosión) o en la localidad suiza de Thalwil (El árbol y las hojas), espero que este Escritor efímero experimente un viaje. Sin embargo, me gustaría que su viaje se centrara en las experiencias de las personas que se encuentren con ella, en su imaginación, y que la piedra permanezca en su lugar como un atractivo más del Huerto del Cura. No es sencillo, entre toda la extensión del jardín, dar con ella, así que imagino que será un juego divertido buscarla y una alegría encontrarla, cogerla para leerla de cerca, quizá hacerse una foto con ella, sopesarla y volverla a dejar en el mismo sitio.

 

 

Dentro de mí: Emmo

Hoy traigo a mis lecturas Dentro de mí: Emmo, de Jaime Blanch. Lo terminé de leer hace unos días, en abril de 2018, pero algunas de las cosas que me ha traído su lectura son recuerdos de tiempo atrás.

Antes de Emmo

Emmo es un alien que contacta en un plano psicológico con David, un terrícola de nuestra época actual afincado en la ciudad de Castellón. Esto lo viene a adelantar ya la sinopsis que ofrece Jaime Blanch sobre su libro. Y es lo que me enganchó para leerlo porque la temática tocaba de lleno un par de antecedentes en mi vida (vida literaria y de ficción, ojo, ¡que no quiero decir que me haya abducido nunca un extraterrestre!)

En el año 2014, hace ya cuatro años, redacté un cuento breve, Arak, para uno de los retos de escritura que se proponían regularmente en los Foros de Fantasía Épica (sitio genial, desaparecido por desgracia hace ya años). El reto trataba sobre villanos, y el puñado de escritores que nos presentamos teníamos la misión de escribir cuentos en los que el villano brillara y fuera original. En estos retos, además de escritor, uno participaba sobre todo como lector: debía leer y calificar en resto de obras presentadas. Descubrí villanos psicópatas, paranormales, divertidos, macabros y hasta animales (me refiero al sustantivo). Yo escribí sobre Arak, un ente extraterrestre con la capacidad de instalarse en el cerebro de una persona y así poseerlo y dominarlo, con la malévola misión de conquistar la Humanidad. Aquel reto me sirvió como gran experiencia. Quedé el último o de los últimos en puntuación entre los que se presentaron al reto, no recuerdo bien, pero me sentí ganador por lo que aprendí de los demás, de sus textos y de sus críticas hacia el mío. Desde entonces, hago un uso mucho más correcto del guionado en los diálogos, por ejemplo. A pesar del escaso resultado cosechado por aquel cuento, seguía considerando que Arak, mi villano, tenía muchas posibilidades en ficción gracias a su capacidad de poseer cerebros y voluntades.

Pero Arak no fue el único psicoalien con quien me topé antes de Emmo. El verano pasado, disfruté con mi familia de unos días en casa de unos amigos en Suiza. Tengo la manía de cotillear los libros de las casas ajenas, ¡qué le voy a hacer! Me pego como una polilla a las estanterías y repaso los lomos verticales uno a uno. En aquella casa de Suiza, me topé con The Deep Link de Veronica Sicoe. La sinopsis era más que prometedora: una joven entabla contacto psicológico con un señor de la guerra alien, en un contexto de lucha de poderes a escala galáctica y en el que los humanos no son protagonistas. No leí el libro, pero jugué a imaginar varias historias inspiradas por la portada y su sinopsis.

¿Por qué Emmo?

En los últimos meses estoy incorporando bastante ciencia ficción a mis lecturas: clásicos como Asimov, novedades de éxito como Ready Player One de Ernest Cline, y autores autopublicados como Miguel Ángel Alonso Pulido. Fue a través de este último que conocí la actividad literaria de otros dos autores españoles: Alberto Meneses y Jaime Blanch. Es una alegría saber que hay cantera en España para un género como la ciencia ficción. Por eso era solo cuestión de tiempo que agarrara algún libro de uno de ellos. Y fue Emmo, con esa sinopsis que me recordó a mi malvado Arak y al sugerente título de Veronica Sicoe, por el que decidí empezar.

Mi lectura de Emmo

He disfrutado mucho la lectura de Dentro de mi: Emmo. Algunas críticas y reseñas sobre el libro que he consultado lo valoraban bien, con dos puntos de crítica principales: el inicio se hace lento y tiene moralina. Entiendo ambas objeciones, pero también el propio libro me ha dado argumentos para considerar estas críticas no como puntos negativos, sino como puntos interesantes sobre los que reflexionar, especialmente si uno es escritor y, como yo, además de la lectura convencional añade una que pretende aprender a mejorar los textos propios.

Un inicio lento, ¿o no tanto?

El inicio de Emmo es lento si lo comparamos con lo frenética que se ha vuelto la ficción moderna. Tan rápido suceden las historias hoy en día que, si los primeros compases no son explosivos, los autores y guinostas tienden a mostrar de primeras la historia por la mitad, mediante un in media res que adelanta una futura situación límite, para luego cortar con el típico «una semana antes…» o similar y comenzar la historia por el principio. El libro de Jaime Blanch puede parecer lento en sus primeros compases también porque la promesa que hace en la sinopsis es buena y, como lector, cuando sabe que en un libro sale un alien, quiere verlo en acción cuanto antes. Sin embargo, el ritmo de Emmo está totalmente justificado. Todos los elementos que se presentan en los primeros compases del libro se retoman y redondean más adelante; no hay subtramas vacías y todo lo que se cuenta aporta al conjunto de la historia. Además, la historia presenta un viaje del héroe para el protagonista bien estructurado y que necesita cocinarse a su ritmo. Por eso creo que, en realidad, no es un inicio tan lento.

Moralina

La moralina, según la entiendo yo, sucede cuando el narrador se posiciona. En Dentro de mí: Emmo, la moral que se transmite es la de los diferentes personajes, no la del narrador. Estoy convencido de que el mensaje central es algo que el autor ha querido transmitir con toda la intención, pero lo hace sin salirse de los márgenes de la ficción y eso se agradece. Toca la frontera de la moralina pero no la traspasa. Está a años luz de un libro de autoayuda, y muy lejos de los cuentos para niños rubricados con una moraleja, por si no ha quedado clara la enseñanza del cuento. Estoy seguro de que si, en lugar de esta ambientado en la Castellón de hoy en día, el autor hubiera optado por la Edad Media, el lejano oeste americano o la Era Hiboria, las críticas por la moralina serían mínimas. ¿Por qué? Porque los lectores tendemos a interpretar las ficciones que suceden en nuestra época y entorno cercano de manera distinta y más opinable.

Y, ambientada en esta época y en Castellón, ¿es ciencia ficción?

Dentro de mí: Emmo no es ciencia ficción. Contiene elementos de ciencia ficción, bien diseñados y tratados, pero su papel no es central. El alienígena Emmo conecta con el terrícola David y se desatan una serie de cambios y nuevas situaciones, pero en ningún momento David se ve involucrado en conflictos de escala interplanetaria o galáctica, ni siquiera en una encrucijada para salvar la Humanidad. No es un libro que despliegue acción a escalas épicas, sino una historia de viaje personal, una novela de personajes y enfocada en los conflictos internos. Un libro de sentimientos.

Enseñanzas recibidas como escritor

Si eres escritor, este libro es muy interesante. La técnica de la retrospectiva o flashback está bien utilizada, a través de los sueños y recuerdos que afloran gracias a la interacción psicológica entre David y Emmo. Es un buen ejemplo de cómo una ficción de este tipo puede situarse en un escenario actual y cercano, y no es necesario irse a algún lugar de Estados Unidos para hablar de extraterrestres. El debate de si el ritmo es lento o de si contiene mayor o menor nivel de moralina puede ser muy enriquecedor y ayudar a tomar conciencia de cómo estamos tratando estos puntos en nuestros propios textos. Analizar el viaje del héroe ejecutado por David es también un buen ejercicio, ya que, sin tratarse de una trama de aventuras clásica, sí que responde bien a esa estructura y servirá para entender mejor cómo aplicar el viaje de héroe en nuestras tramas. El contraste entre lo normal y cotidiano con lo absolutamente fantasioso funciona bien en este libro; David y su vida son absolutamente corrientes y el autor no demuestra cómo es más que posible obtener con estas premisas una historia más que interesante. Pero, sobre todo, si construir y mostrar los sentimientos de tus personajes se te hace cuesta arriba, este libro es un ejemplo genial de cómo hacerlo.

En resumen, es un libro original, entretenido, con una estructura cuidada, que demuestra un buen uso de elementos de ciencia ficción, con moralina para quien la quiera ver y le parezca interesante adoptarla, lleno de buenas escenas y cargado de energía positiva. Y, lo mejor de todo, ¡tiene un alien que se mete en tu cabeza!

De libros y bares

El martes 20 de marzo me bajé a comer en solitario a una cafetería libreta en mano, con la intención de anotar ideas para hacer algo distinto en el mundo del libro.
Emborroné unas líneas con algo así:

  • Feria del libro ambulante. Recuerdo que en en el pueblo de mi madre, donde pasé la mayoría de los veranos y vacaciones de niño, de vez en cuando venía Catalino. Era un vendedor que traía en su furgoneta embutidos y quesos. Se anunciaba por megáfono y las señoras del pueblo hacían cola para comprarle. ¿Por qué no libros? Estoy convencido de que muchos municipios pequeños no tienen librerías.
  • Firmas y presentaciones ambulantes. Ya que estoy en mi pueblo vendiendo libros, además de llevar los que creo que pueden gustar al perfil de habitantes de allí -libros de remedios naturales, de cocina, libros escritos por gente que sale en la tele, alguna novela clásica…-, puedo llamar a un escritor que viva en Plasencia (la ciudad más cercana) o a alguno que esté por la zona de vacaciones o de viaje y aprovechar para que presente un libro suyo. Esta idea se puede sofisticar un poco, quizá eso de geolocalizar escritores puede dar juego.
  • Libros en directo. He asistido en mi vida a 5 o 6 actuaciones de cuentacuentos. Menos de las que quisiera, pero suficientes para conocer la mecánica: bar con un pequeño escenario, a veces minúsculo, que organiza monólogos, cuentacuentos, magia o música en directo para atraer clientes. La primera consumición a veces cuesta el doble y ahí se viene a pagar la entrada. Los cuentacuentos traen un repertorio variado: cuentos tradicionales adaptados en unas ocasiones, cuentos originales en otras. ¿Y si uno tuviera la opción de comprarse el libro donde encontrar las versiones literarias de uno o varios de los cuentos orales que ha escuchado? Probablemente haya algunas ventas en el propio local.

De momento las ideas son ramplonas, pero confío en dar con algo más original. Me encuentro en esto cuando entra un chaval a la cafetería donde me encontraba comiendo y anotando ideas. Trae un paquete de libros. Muy tímido y educado, el joven se dirige a una chica que estaba tomando un café a solas. La más guapa del bar, también. Le dice que es escritor, que se autopublica y que además los promociona y los vende. Le deja un ejemplar en la mesa sin compromiso para que lo mire. Luego hace lo mismo conmigo. Echo un vistazo a su libro. La sinopsis de la contraportada ni fú ni fá, pero por dentro parece cuidado y bien editado. Le doy una oportunidad. Vuelve igual de tímido y educado que vino. Es argentino y no esconde su acento. Le digo que quiero que me lo firme. Él sabe que tiene que decirme cuánto cuesta antes de nada. Son doce euros, noto que no es su parte favorita de la conversación, es escritor, maldita sea, no vendedor. Le tengo que dejar yo el bolígrafo porque viene desarmado. No debe de saber aún que su firma en ese momento y en ese lugar es valiosa. Me lo dedica. Se lo pago. Mientras anda buscando el cambio le suelto que yo también soy escritor para llenar el silencio incómodo de trasiego de billetes y monedas. ¿En qué estas trabajando ahora?, me dice apuntando su vista a mi libreta. En un librojuego, le digo. ¿De verdad? Coge su novela, busca una página y me enseña una referencia que en un momento dado hace uno de sus personajes a «Elige tu propia aventura». Él cree que aquello es una gran casualidad. Si le llego a decir que no estaba con un librojuego, sino que estaba pensando maneras de vender libros en bares justo cuando entró, lo mismo se marea del susto.


«Pastelería América III», el lugar de los hechos, foto de TripAdvisor

Esta anécdota es totalmente real, aunque parezca más un cuento. Es así conocí a Emmanuel Marzía y adquirí su libro «Madreselva» para mi biblioteca dedicada, con anécdota incluida. Me llevé una lección de regalo sobre el empeño y lo que significa tener ganas de progresar como escritor. «Madreselva» está ya en mi lista de lecturas pendientes; algo me dice que será una novela interesante y que habrá próxima reseña en esta web.

 

Alcorque nº 3 (1995)

Revista Alcorque, nº 3 (diciembre 1995)

Los dos primeros números de Alcorque se crearon en el aula de literatura del curso escolar 1994-1995. La experiencia de aquel curso, incluida la revista, me encanto, y volví a matricularme al año siguiente. La profesora, Consuelo Cerejido, tuvo la habilidad de plantear un curso de escritura apropiado tanto para los que veníamos del año anterior como para los nuevos.

Una de las incertidumbres era si seguiríamos adelante con la revista Alcorque. Sí, lo hicimos. Varios de los compañeros del curso pasado volvíamos a estar juntos y con ganas de continuar el proyecto.

Entonces hacía ya un par de años que conocía a Raúl Yebra y nos habíamos intercambiado varios cuentos. Nos presentó Miguel Ángel Viejo, mi mejor amigo del colegio. Nos dejamos de ver paulatinamente cuando terminamos la EGB y fuimos a parar a institutos diferentes. Cada vez nos veíamos menos, y en una de esas me presentó a Raúl. Cuando me habló de él la primera vez me dijo algo así como «Está loco y también escribe, te lo tengo que presentar». Quedamos varias veces y comprobé que su locura era en realidad una creatividad desbordada. Supongo que en algún momento le recomendé los cursos de creación literaria y, este año, Raúl también se matriculó y fuimos compañeros de clases.

«El bosque de las almas en pena» fue el relato que Raúl publicó en el número 3 de Alcorque. Yo incluí «El aroma de las estrellas», un cuento que mejoraba sin duda mis trabajos anteriores para los números 1 y 2 de la revista. Mis amigos Ana Garrido y Juan José Alcolea se decantaron por los poemas «Vértice» y «Una tarde cualquiera de otoño», respectivamente. Otros títulos de las obras allí incluidas me traen sensaciones especiales, como «Borobudul», «Relumino» o «Interior de un cuadro sin luz», y me he descubierto con cierta resistencia a continuar más allá del título por si, después de tantos años, una nueva lectura pudiera hacerles perder su magia. Existe, o debe existir, el derecho a no releer algo que nos gustó mucho tiempo atrás, igual que existe el derecho a dulcificar los recuerdos.

La genialidad de Yolanda Núñez estaba presente de nuevo. Su técnica de maquetación artesana y su habilidad para explotar las posibilidades de las fotocopiadoras se encuentran por toda la revista y, sobre todo, en las páginas centrales. Nos divertimos con las manualidades navideñas que incluimos entre todos. Aquel diciembre, antes de irnos de vacaciones, quedó lanzada. Había pasado casi un año desde el primer número de Alcorque, que vio la luz el febrero anterior. Yo, encantado de haber publicado en tres ocasiones durante aquel año de 1995 gracias a la revista y a la Universidad Popular de Alcorcón.

 

 

La reina de los cuervos

Existen lugares mágicos. Uno de ellos es Libros de Arena, en el barrio de San Blas – Canillejas de Madrid.

Conocí a José Ángel Fornás, regente de esta librería, allá por 2008 en un contexto que nada tenía que ver con libros. Coincidimos por trabajo en un proyecto de I+D+i sobre tecnología y turismo. José Ángel era uno de los ingenieros en aquel proyecto, y mantuvimos contacto profesional durante algunos años. En 2018, y cuando ya hacía mucho que no sabía nada de él, descubrí a través de LinkedIn que ahora José Ángel ya no se dedicaba a la informática, sino que había puesto en marcha su propia librería. Le escribí inmediatamente un correo electrónico. Retomar el contacto fue una estupenda noticia para ambos y quedé en visitar la librería y vernos en persona en cuanto fuera posible.

La casualidad quiso que el 17 de marzo pudiera por fin visitar Libros de Arena y que, además, esa misma tarde José Ángel organizara la presentación de un libro. Cuando vi de qué autora se trataba me llevé una alegría adicional: Minerva Gallofré, escritora y editora en Tres Inviernos. Tuve la oportunidad de conocerla el verano anterior en el III Encuentro Interactivo Dédalo. Fue una de las ponentes que más me gustó en aquella jornada llena de librojuegos y ficción interactiva, y me encantó la idea de encontrarla de nuevo.
Llegué a Libros de Arena y saludé a José Ángel. Le vi feliz y, en el primer vistazo que eché al interior de la librería, pude ver que se trataba de un lugar especial, creado con cariño y esfuerzo. Saludé también a Minerva.

Eramos pocos los privilegiados que nos congregamos aquella tarde en Libros de Arena. Nos sentamos dispuestos a atender a la presentación de La Reina de los Cuervos, un cuento popular alemán adaptado en formato de álbum ilustrado. Minerva nos leyó el cuento completo. La librería se transformó en un bosque nocturno y nos agrupamos entorno a un fuego para escuchar aquella historia centenaria sobre cuervos, magia, princesas y brujas. Hacía mucho que no me contaban un cuento y la experiencia fue un regalo de un trozo de infancia. La Reina de los Cuervos responde a las principales premisas de los cuentos de hadas, con una estructura firme, casi matemática, de narración alemana, con todo el encanto de los reinos fantásticos del norte y la atrocidad original de los cuentos. Como bonus extra, me llevé el descubrir el género del álbum ilustrado. Minerva nos ofreció una visita guiada por la obra, recorriendo los detalles y explicando el significado de cada ilustración. Me aseguré de hacerme con un ejemplar de La Reina de los Cuervos firmado por la autora, en ese momento y en ese lugar, para incorporarlo a mi biblioteca de libros dedicados.

Ya diluidos el bosque nocturno y el fuego que se había creado con la lectura de ficción, continuamos con una conversación sobre escritura y libros. Algo de magia flotaba aún. El camino de vuelta a casa lo hice recordando los cuervos que se dejaban ver en Reading aquel año que pasé en Inglaterra. Poco a poco, la carretera me devolvió a la realidad, pero sabía que llevaba conmigo un cuento al que recurrir cada vez que quisiera volver al Reino de los Cuervos.

 

Nota adicional: si mi Naksatra incluye un «cómo se hizo» en el propio libro, La Reina de los Cuervos cuenta con una entrada en el blog de Minerva que explica también cómo se creó el libro, y que puedes leer en este enlace.

Universo de tinta (homenaje a Stephen Hawking)

Una gota de tinta cayó en el folio en blanco. En un instante quedó impreso sobre el papel un manchurrón completamente negro en su centro y con salpicaduras cada vez más espaciadas en los alrededores. La tinta aún se extendió un poco más hasta que quedó seca. Aunque irregular, la figura generada presentaba una forma inequívocamente redondeada.
—Así se formó el Universo —dijo el profesor Cepeda. Su sobrino le miraba incrédulo. Aquello era más extraño aún que la historia de las jarras filóticas—. Evidentemente, es un modelo simplificado. La superficie del folio representa el espacio-tiempo, pero reducido a un plano de dos dimensiones en lugar de las tres que tiene en la realidad. El impacto de la gota de tinta apenas dura un instante y representa el Big Bang, sus primeros momentos. Desde el punto de vista del papel, que solo tiene dos dimensiones, parece que la tinta, la materia del Universo, ha aparecido de la nada. Pero tú y yo hemos sido testigos de lo sucedido en tres dimensiones y por eso sabemos que el Universo no ha surgido de la nada, sino que es el resultado de que la gota de tinta impacte o se proyecte sobre una superficie.
—O sea —el niño se rascó detrás de la cabeza y tardo unos segundos en hilar su razonamiento—, que si solo nos fijamos en el folio, parece que la tinta ha aparecido de la nada.
—Exacto, ¡muy bien! Mi teoría es que el Universo donde vivimos, de tres dimensiones, es una proyección del Universo real de cuatro dimensiones. Es el resultado de algún proceso o evento cuatridimensional equivalente a la gota de tinta. —El profesor Cepeda tomó aire—. Y podemos ir más allá. Si forzamos la tinta a llegar al borde del folio, allí se encontrará con una línea y ya no tendrá dos dimensiones en las que seguir expandiéndose. Algo parecido ocurre en la realidad, ¿sabes dónde?

El niño negó con la cabeza y el profesor Cepeda continuó inmediatamente.

—¡En el horizonte de sucesos de los agujeros negros! Estas regiones han quedado reducidas de tres a solo dos dimensiones. No se sabe lo que hay más allá del horizonte de sucesos. Los científicos lo llaman singularidad porque no puede explicarse. Igual que el Big Bang, que también es una singularidad. Y por eso creo que la singularidad de un agujero negro puede resolverse de la misma manera: planteando una cuarta dimensión.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con la peperomia obtusifolia, tío?
—Sería muy largo de explicar, pero es suficiente con que entiendas una única idea: la translógica puede parecer inexplicable en tres dimensiones, pero toma sentido y coherencia en un modelo matemático cuatridimensional.

Aquella noche, el niño soñó con estrellas, agujeros negros y el Big Bang.

 

En homenaje a Stephen Hawking
Puedes saber más sobre la translógica, la peperomia obtusifolia y las jarras filóticas en Naksatra.

Ready player one

Captura de pantalla de mi móvil con Ready player one dispuesto a comenzar

Descubrí Ready player one a través de un podcast y, cuando Amazon me lo puso fácil, lo compré. Es un caramelo para los que hemos crecido con videojuegos de 8 bits y partidas de rol, pero preveo que este libro soportará mal el paso del tiempo y las generaciones más jóvenes lo ignorarán… A no ser que Steven Spielberg haga de la versión cinematográfica una obra maestra que inmortalice esta historia. ¡Se estrena muy pronto!

Como lector, lo he disfrutado sin tapujos. Como escritor, he detectado varios puntos débiles.

Este artículo es un comentario personal sobre mi experiencia de lectura de Ready player one en febrero de 2018. No es una sinopsis objetiva ni un comentario estructurado para orientar a posibles lectores sobre si este libro les podrá gustar o no. Aunque me enfoco más en lo que rodea al libro que en el contenido de la novela en sí, puede contener spoilers. El debate en los comentarios es bienvenido.

Seguir leyendo «Ready player one»

Alcorque nº 2 (1995)

Revista Alcorque, nº 2 (junio 1995)

En junio de 1995, y para despedir el curso de creación literaria de la Universidad Popular de Alcorcón, publicamos el segundo número de la revista Alcorque.

El planteamiento parecía que sería similar al del primer número, pero ocurrieron varias cosas que le dieron a este mucha más fuerza. Las ilustraciones ganaron en calidad, comenzando por la propia portada. En esta ocasión, no imprimimos los ejemplares en un servicio de reprografía, sino que utilizamos los recursos y la fotocopiadora de la misma Universidad Popular de Alcorcón, y eso la hizo aún más artesana que la primera. Pero, sobre todo, tuvimos a Yolanda Núñez.

Yolanda irradiaba una energía especial. Era todo nervio y buen carácter. Se echó al hombro la revista y tiró de ella, de todos nosotros. Revolucionó la maquetación: la sacó de los corsés del software de oficina de la época y trabajó con tijeras, pegamento y rotuladores sobre los grandes pliegos A3 originales. Supo crear una tremenda complicidad entre nosotros. Ya no era tan solo la revista del aula de creación literaria que cargaba su peso en la profesora del curso para poder flotar, se había convertido en algo autónomo, de todos y mucho más fuerte.

Volví a publicar junto a mis compañeros del primer número y, además, se nos sumó Juan José Alcolea. El número 2 de Alcorque fue el primer proyecto que tuvimos en común  él, Ana Garrido y yo. Años más tarde, ingresaríamos en Verbo Azul y cogeríamos las riendas juntos de La Hoja Azul en Blanco. Pero esa es otra historia y debe contarse en otra ocasión.

Publiqué dos textos, el cuento «Sekuestro doble» (sí, a mis 16 años no sabía bien cómo ser rebelde, y utilizar la letra ka en cualquier sitio no me parecía tan mal) y «Hada», un poema breve, adolescente también, del que me sigue gustando el ritmo.

Este segundo número fue poderoso y mágico. El árbol lector del dibujo de portada me encanta, la verdadera imagen de lo que para mí significa esta revista. Y mucho más. Si es verdad que, cuando uno muere, se agolpan las imágenes de lo más importante que ha vivido, para mí esta portada será sin duda una de ellas.

Animo a todo el mundo a imprimir un par de cuentos o poemas y, después, dejar de lado el ordenador, desplegar en la mesa de trabajo un gran papel A3, revistas, tijeras, rotuladores y pegamento, recortar nuestros textos impresos y cualquier cosa con lo que nos apetezca rodearlos y montar una obra artesana.

Este ejemplar bien podría ser una pieza de coleccionista. Creo que la experiencia en Alcorque tiene mucho que ver con que hoy en día guarde con cariño cualquier libro de tirada ultracorta que caiga en mis manos, y mucho también con que me guste tanto leer escritores aficionados o independientes.

Fundación (trilogía)

Asimov-Fundacion

La trilogía original de la Fundación de Isaac Asimov me ha ocupado desde finales del 2017 hasta este mes de febrero de 2018 que la he terminado de leer. Fundación, Fundación e Impero y Segunda Fundación, tres novelas de la década de los 50. Son un clásico, pilares esenciales en la construcción del género de la ciencia ficción.

De pequeño leí un libro de Isaac Asimov. Era de divulgación científica, sobre agujeros negros. Y desde entonces no había tocado nada suyo. Por eso me ha sorprendido tanto leer a este autor en el género de ficción. ¡Para bien! Enfrentarse a una novela de mediados del siglo veinte así, de primeras, puede dar pereza. Pero esta ha soportado muy bien el paso del tiempo: me ha encantado.

Lo curioso es que no llegué a Asimov porque quisiera abordar a los clásicos de la ciencia ficción. No. Lo leí porque Amazon fue tan hábil de presentarme en la aplicación del Kindle una oferta muy buena que incluía los tres libros de la saga en formato digital. Además del buen precio, acertó justo en un momento en el que me encontraba receptivo a la ciencia ficción. Había terminado de leer no hacía mucho varios libros de Miguel Ángel Alonso Pulido, con naves espaciales y tramas planetarias. Una saga inconclusa a día de hoy, cuando escribo este post, pero que estoy seguro de que se cerrrá en algún momento de 2018. Mientras tanto, el algoritmo de Amazon me puso delante de las narices una joya del género, como diciéndome «no te bajes de la nave espacial, móntate en esta otra que te ofrezco». De este manera me introduje en la trilogía de la Fundación.

La obra de Asimov es genial. El concepto de psicohistoria en sí mismo ya vale un tesoro, y la evolución de la galaxia que plantea a lo largo de cientos de años supone algo fuera de lo común. Acostumbrados a historias que siguen los progresos de un personaje protagonista, el esquema aquí planteado es difícil de encajar en otros moldes. La mezcla de la trama a largo plazo con las historias de cada capítulo, que bien podrían ser pequeñas novelas, es de lo más original. Pero si algo quiero destacar es el conjunto de personajes inteligentes que despliega.

Me he preguntado muchas veces cómo conseguir un personaje inteligente. Creo que debería hacer un artículo sobre ello, mientras tanto pongo mis reflexiones en bruto sobre el tema a continuación.

1. Método directo: El método directo consiste en que un narrador suelte directamente «Paco era inteligente». La ventaja de la facilidad, la desventaja de que es información a secas, es contar y no mostrar, poco atractivo para un lector, más propio de un informe que de la literatura.

2. Método indirecto: Una alternativa más sofisticada es hacer que, en lugar del narrador, sea un personaje el que transmite esa información, así:

—Paco es inteligente —dijo Juan.

Esto es también sencillo, tiene un pelín más de encanto de cara al lector pero, en general, sigue siendo soso.

3. Mostrar la inteligencia: El siguiente nivel es mostrar al personaje realizando acciones que denoten inteligencia. Se le puede poner a jugar al ajedrez, delante de una pizarra llena de ecuaciones y cálculos, o recibiendo un premio por méritos intelectuales. Esto ya es apto para considerarse literatura, y continúa siendo sencillo a la hora de escribir.

4. Métodos sofisticados – diálogos: Si queremos un paso más, debemos adentrarnos ya en el terreno de lo difícil y hacer que nuestro personaje haga de forma directa cosas inteligentes. Ya no vale decir que juega al ajedrez, sino que debemos entrar en el detalle de la jugada maestra que ejecuta. Me gustan especialmente los diálogos audaces. Un personaje que da respuestas ingeniosas, además de demostrar que es inteligente, resulta muy divertido para el lector. Conseguir este tipo de diálogos no es sencillo, supone remangarse y dedicar tiempo a diseñarlos.

5. Métodos sofisticados – resolución de problemas por vía sorpresiva: Otra forma potente de mostrar la inteligencia de un personaje es que consiga soluciones brillantes a los problemas que se le plantean. Simplificando mucho, escribir una novela consiste en inventar una serie de obstáculos o dificultades que ir colocando delante del protagonista, uno tras otro. Si conseguimos que los resuelva de una forma exitosa y con una solución absolutamente lógica pero que el lector no se esperaba, habremos conseguido la mejor manera de inteligencia posible. Para esto, es necesario gestionar muy bien la información en la novela, la forma más sencilla de conseguirlo es que el protagonista tenga un mejor conocimiento del contexto del problema que el lector. Por ejemplo, si un mago se enfrenta a un dragón que es mucho más poderoso que él, pero consigue vencerlo utilizando un conjuro de conjuntivitis que resulta ser un punto débil de los dragones, es algo brillante. El lector así lo entenderá, siempre y cuando no sea algo que el propio lector no conociera antes porque nunca se le ha contado o, mejor aún, porque se le contó de pasada cientos de páginas atrás, no le prestó atención y en este momento su memoria hace «clak» y dice «¡claro, qué buena idea aplicar ese truco que ya ni recordaba!»

Tomé conciencia de la dificultad de crear personajes inteligentes leyendo la trilogía de Príncipe de nada y, con esta saga de Asimov, sigo aprendiendo sobre el asunto, refuerzo ideas y gano más herramientas que luego poder aplicar en mis escritos.

Seguramente los libros de Asimov contengan multitud de mensajes de interés. Aún hablando de un futuro lejano y abarcando una dimensión galáctica, me ha parecido que el contenido bien podría aplicarse a diferentes épocas pasadas de la Humanidad y concentrarse en nuestro planeta. Hay mucha sabiduría y reflexión sobre la sociedad, y estoy seguro de que un sociólogo o un historiador serán capaces de disfrutar los libros de Fundación de formas que a mí se me escapan. La tecnología cumple con una función esencial en la trama, pero no se profundiza en ella, ni es necesario que lo haga. Con ojos de hoy en día hay varios detalles tecnológicos que chirrían, por eso creo que es un gran acierto no abundar en ellos más que lo estrictamente necesario. Otro acierto, y con mucho mérito, ya que estoy seguro de que Asimov tenía capacidad y criterio para haberse aventurado más en ello, pero supo medir fuerzas y no desplegar aquí una artillería que hoy no haría más que enrarecer el libro.

Coincidió que, el mismo día que leí la última frase de la trilogía, descubrí la existencia de la canción Sagan de Nightwish, dedicada al gran astrónomo y divulgador Carl Sagan. Asimov y él tuvieron una relación de admiración mutua (y yo admiro a los dos). Incluyo a continuación el vídeo correspondiente en Youtube. Si la lectura de los libros de Fundación hubiera sido una sesión en el cine, esta canción para mí sería la música del final, esa que suena mientras desfilan los créditos y uno empieza a sacudirse las palomitas, devuelve el sonido al móvil y mira si el pasillo más accesible para salir está a la izquierda o a la derecha.

No sé cuándo caerá en mis manos otro libro de Asimov. De momento me he quedado satisfecho y no tengo prisa por seguir consumiendo letras de este autor. Mientras sigo esperando el libro que cierre la saga de La amenaza treyana de Miguel Ángel Alonso Pulido, Amazon ya ha sabido venderme otro: Ready Player One de Ernest Cline. Este lo descubrí en realidad escuchando uno de los podcasts de Los Verdhugos hace unos meses (¡uf!, qué digo meses, igual más de un año hace ya). No es una compra compulsiva, es otro acierto de Amazon de ofrecerme por menos de lo que vale un café una obra sobre la que ya había escuchado hablar y que me apetecía. No sé por dónde tiraré, tengo varios libros que quiero atacar. Sea como sea, prometo contar en la siguiente entrada dedicada a mis lecturas qué libro elegí y por qué.

¡Nos vemos dentro de un libro de nuevo en esta sección!

Leper Messiah

James Hetfield, un poco desenfocado por mi maestría con el móvil

No me esperaba que Metallica tocara su tema «Leper Messiah» en el directo del pasado 3 de febrero, aunque tengo que confesar que solo me fijo en la lista de canciones que una banda lleva en directo si voy a ir al concierto, y quizá sea una pieza habitual en su  repertorio. A mí me sorprendió porque no identificaba el «Leper Messiah» como uno de los más exitosos y, sin embargo, me trajo muy buenos recuerdos.

Por un momento, me vi de nuevo en mi habitación de adolescente, con el «Master of Puppets» puesto en el radiocasete e intercalando los deberes del instituto con la escritura de algún texto literario. Sí, entonces hacía todo esto con música. Podía pasarme la tarde entera, cuatro o cinco horas, estudiando o escribiendo con guitarras eléctricas de fondo. Leer no, para eso necesitaba silencio. Jugaba a desarmar y armar los bolígrafos con sus piezas de plástico y sus muelles para despejarme o, mejor, me asomaba a la habitación de al lado a enredar con mi hermano.

Un gustazo volver a ser adolescente con Metallica, y con mi hermano también al lado en el concierto.

Alcorque nº 1 (1995)

Revista Alcorque nº 1 (febrero 1995)

La primera vez que publiqué fue en 1995, en la revista Alcorque del aula de creación literaria de la Universidad Popular de Alcorcón. Cada uno de los compañeros de aquel curso de escritura contribuimos con un cuento. Guardo aún un ejemplar de esta revista. Hoy he querido sacarlo de la estantería para traerlo a este blog y recordar aquella primera aventura de publicación.

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La Hoja Azul en Blanco 22

Cuando pronuncio, verbal o mentalmente, «la hoja azul», me llena un sentimiento de profundo cariño. Es la revista literaria de Verbo Azul, esa que me da la oportunidad de trabajar con mis amigos escritores de Alcorcón, esa a la que dediqué tantas horas en una etapa anterior, y que vino a rescatarme después para hacerme retomar la escritura.

El 16 de enero de 2018 presentamos el número 22 en el centro cultural Viñagrande de Alcorcón. Llegué todo lo pronto que el horario de trabajo y el tráfico me dejaron, pero entré ya con el teatro a oscuras y mis compañeros, Ana Bella y Juanjo, ejerciendo de maestros de ceremonias en el escenario, dando paso a las lecturas de poemas y cuentos y a la música. Llegar tarde y sin luz me permitió sentarme de forma discreta y jugar a imaginar que era un espectador lejano, no un miembro de Verbo Azul con un cuento publicado en esta revista, y me entregué a disfrutar de las voces de los compañeros que, sucesivamente, se acercaban al atril para regalar versión oral de sus trabajos.

Dos guitarras atendían a la izquierda del escenario. Su promesa se materializó. Hubo música y canción.

Y me sentí como en casa.

Gracias, compañeros.

 

Naksatra en preventa

¿En qué piensan las bombillas? ¿Cómo nos abrazaremos en el futuro? ¿En qué consiste el oficio de broncador? ¿Sobre qué pueden hablar una farola y un árbol? ¿Qué planean las corbatas?

De todo esto hablo en Naksatra, un libro de relatos que, si no responde a todas estas preguntas, al menos sí las plantea. Y eso, a veces, es más importante. De los cuentos que he escrito a lo largo de mi vida, he tomado aquellos que, aunque distantes, tienen en común elementos como realismo mágico, fantasía urbana, seres translógicos, futuros posibles y juegos intratextuales. El conjunto funciona igual que una constelación formada por cuentos alejados entre sí, pero que en su conjunto forman un mismo dibujo.

En esta época en la que triunfan las novelas y las grandes sagas, puede parecer una osadía proponer un recopilatorio de cuentos. Pero la lectura, como la dieta, resulta más saludable cuanto más variada y, ¿a quién no le apetece un bombón o unas galletas para acompañar el café entre horas?

Naksatra incluye un writing-of, una sección de «cómo se hizo», en la línea de los making-of utilizados en el mundo del cine y las series, que indaga en el proceso creativo que he llevado a cabo para la construcción tanto de los cuentos individuales como del libro que los recopila. Por eso creo que no deba desvelar mucho más en esta entrada y limitarme al anuncio principal: Naksatra está disponible en Amazon, tanto en digital -en preventa hasta el 1 de diciembre- como en papel. Durante la preventa, mantendré la versión Kindle al precio especial de 0,99 €, y después lo devolveré a su precio natural de 2,99 €.

Puedes comprarlo aquí